En realidad, lo que estamos experimentando es el resultado de un principio que ha permanecido con nosotros desde la Creación —la ley de la siembra y la cosecha—: «No se dejen engañar: nadie puede burlarse de la justicia de Dios. Siempre se cosecha lo que se siembra. Los que viven sólo para satisfacer los deseos de su propia naturaleza pecaminosa cosecharán, de esa naturaleza, destrucción y muerte; pero los que viven para agradar al Espíritu, del Espíritu, cosecharán vida eterna. Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos» (Gálatas 6:7-9, NTV).

La cosecha de las semillas sembradas de la naturaleza pecaminosa son juicio, y la cosecha de las semillas sembradas que agradan al Espíritu son bendición. El juicio, y la sobreabundancia son sólo el resultado, o consecuencia, de la ley de la siembra y la cosecha. El Señor le reveló al hermano Copeland que estamos viviendo en los tiempos en donde la semilla que sembramos, producirá una cosecha rápida. En los tiempos de sobreabundancia, es importante cosechar buenas y no malas cosas.

En estos tiempos, es importante que reconozcamos cuál es la semilla. Todo lo que hacemos en la vida es una semilla que sembramos. Existen semillas espirituales, mentales, físicas, y financieras las cuales sembramos con nuestra boca, con nuestras acciones, y con nuestro dinero. Por esa razón, es muy importante estar pendientes de las palabras que declaramos, de nuestros pensamientos, y de la forma que respondemos ante cualquier situación. Pues todo en la vida es gobernado por una ley espiritual y la raíz de toda ley espiritual es la siembra y la cosecha (Génesis 8:22).