«Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.»
(Santiago 1:19-21)
No he conocido muchos creyentes fieles que asistan a la iglesia y crean en la Palabra, y que tengan el hábito de cometer pecados morales obvios. La mayoría de personas que conozco procuran caminar correctamente delante de Dios, no cometen adulterio reincidentemente ni mantienen un estilo de vida en donde mientan y roben.
Pero un buen número de respetables cristianos son tan sensibles que se enojan hasta porque una gota de agua cae. Se lamentan, se preocupan y se quejan con los demás de cómo alguien los maltrató. La mayor parte del tiempo, no se dan cuenta de que esa actitud es mala. Al contrario, hasta se auto justifican diciendo: “No puedo creer que ella me haya hablado de esa manera, es una ingratitud; ¡después de todo lo que he hecho por ella!”.
Tengo una amiga, muy entregada al Señor, y ella me contó lo sensible que solía ser. Ella nunca olvidaba las cosas malas que sufría, y cuando le recordaba a su esposo lo que había dicho, hecho o dejado de hacer; éste se quedaba desconcertado, y decía: “No recuerdo haber hecho eso”.
Ella respondía: “Sí lo hiciste, y fue el 27 de Marzo ¡hace cinco años!”.
Quizá eso le parezca extraño, pero para mi amiga era algo normal. Ella venía de una familia cristiana que hacía eso. Mantenían un récord interno de todas las cosas malas en su familia por generaciones, y se las recordaban el uno al otro muy frecuentemente. Entonces, cuando el SEÑOR empezó a enseñarle a mi amiga acerca del amor, ella debía hacer algo al respecto. Para ella, el ser sensible no era un problema ocasional… sino ¡un estilo de vida!
¿Sabe qué la cambió al final? La PALABRA de Dios. Ella escribió en tarjetas el versículo de 1 Corintios 13:5: “El amor… no es sensible, no se irrita ni es resentido” (AMP). Luego, puso esas tarjetas por todos lados; en la cocina, en su oficina de trabajo, en su cartera, y las veía cada vez que se le presentaba una oportunidad de sentirse ofendida.
A menudo, leía las palabras en voz alta, y las personalizaba para ella misma diciendo: “No soy sensible, no me irrito, ni soy resentida”. Ella testifica que en poco tiempo, la calidez de Dios comenzó a invadir su corazón mientras ella confesaba la palabra; y luego empezó a cambiar.
Hoy, es una de las personas más amorosas que conozco. Su vida es una prueba de que la PALABRA implantada tiene el poder de salvar el alma.