«El rey David averiguó si había alguien de la familia de Saúl a quien pudiera beneficiar en memoria de Jonatán.»
(2 Samuel 9:1, NVI)
Es casi imposible describir el amor de Dios porque es superior al amor natural. Sin embargo, existe una historia en el Antiguo Testamento que nos brinda un asombroso ejemplo. Es la historia del rey David y su amor por su amigo de pacto, Jonatán. En la Biblia leemos que ambos estaban tan comprometidos el uno con el otro, y tan dispuestos a entregar su vida uno por el otro, que sus mismas almas se entrelazaron juntas en amor.
No obstante, si lee al respecto, encontrará que la hermandad fue cortada por los celos y la crueldad del rey Saúl, el padre de Jonatán. Saúl exilió a David de su hogar —a pesar de su valentía y de su leal servicio— y lo persiguió por años. En las Escrituras hallamos muchos relatos de las veces en que Saúl intentó asesinar a David y desacreditar su nombre. Finalmente, el rey se obsesionó tanto con matar al joven, que le costó el trono de Israel… y también, la vida de su hijo Jonatán.
Quizá se imagine que el terrible trato que David recibió en las manos del padre de Jonatán, lo haría desistir de su compromiso con su amigo, o que los años de crueldad menguarían el fervor de su amor. Pero no fue así.
Al contrario, David seguía anhelando de todo corazón expresarle su lealtad a su amigo, su disposición de servirle y de darle. Al final, después que David se convirtió en rey, no pudo soportar más y exclamó: “¿Acaso no queda ninguno en la casa de Saúl a quien yo pueda mostrar misericordia por amor a Jonatán?”.
Y resultó que sí había alguien. Jonatán tenía un hijo minusválido llamado Mefiboset, quien vivía en un precario lugar llamado Lodebar. Sin duda, él se había escondido allí pensando que el poderoso David intentaría buscarlo y matarlo en venganza por todo el daño que su abuelo le había ocasionado. Pero David no buscaba a quien castigar, sino buscaba a alguien en quien pudiera derramar todo su amor.
Por consiguiente, envió una diligencia real a Lodebar para llevar a Mefiboset al palacio y para darle un lugar en la corte del Rey, así como también, un lugar en su mesa por el resto de su vida. David, incluso ordenó que se le entregaran al muchacho todas las riquezas de la casa de su abuelo. ¿Por qué? Porque Mefiboset era el heredero del amigo de pacto de David, Jonatán. A pesar de la enfermedad del muchacho, y de sus limitaciones naturales, David lo amó por amor a Jonatán. Y lo amó como a un hijo.
¿Le resulta familiar esta historia? Seguro que sí. Éste es un ejemplo del amor que Dios tiene por cada uno de nosotros, quienes somos herederos de Cristo Jesús. A pesar de nuestras debilidades y limitaciones, somos amados incondicionalmente y para siempre por amor a Jesús. Por medio de Él, se nos ha brindado un lugar en la mesa del rey. Y nos convertimos en los amados hijos de Dios.