«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.»
(Filipenses 2:5-8)
Para vivir en amor como Jesús lo hizo, y como Él nos ha pedido que lo hagamos, debemos sacrificar nuestra carne. Eso significa, dejar a un lado nuestra comodidad para apoyar a otros. También quiere decir, que debemos rendir nuestros derechos y deseos egoístas a alguien más.
Pero no se preocupe, ese tipo de sacrificios no le harán sentirse en desventaja. Antes bien, lo llenarán de gozo a tal punto que apenas podrá contenerlo.
Algunas personas cuando hacen ese tipo de sacrificios, andan con el rostro entristecido, como si fueran mártires. Demostrándoles a los demás que están sufriendo por causa de Jesús. Sin embargo, han tomado la actitud incorrecta debido a que han perdido el verdadero objetivo; no aman como Jesús amó ni se están sacrificando como Él se sacrificó. Si así fuera, estarían llenos de gozo; pues en Hebreos 1:9, se nos enseña de manera clara que ¡Él fue ungido con óleo de alegría!
Quizá alguien afirme: “Sí, ¡pero Él era Jesús! Nadie más puede hacer ese tipo de sacrificios, y ser feliz”.
El apóstol Pablo lo hizo. Por amor, predicó el evangelio en lugares donde lo apedrearon, encarcelaron y azotaron con varas. Su amor por Dios y por los santos, hizo que dejara de lado los placeres de la vida y se dispusiera a soportar naufragios, noches frías y días en el calabozo. Sin embargo, en ningún lugar de la Biblia leerá que Pablo lloró por su sufrimiento y miseria. Él jamás dijo: “¡Pobre de mí!”.
Al contrario, le expresó a los creyentes de Colosas: «…me gozo en lo que padezco por vosotros…» (Colosenses 1:24).
¿Qué causó ese regocijo? ¡Ver cómo sus sacrificios y sufrimientos beneficiaban a los que amaba! ¡Ver a los gentiles páganos siendo transformados por el mensaje que predicaba, y verlos convertirse en santos de Dios! Verlos vivir en la verdad, siendo prósperos y BENDITOS —en espíritu, alma y cuerpo—. Y estoy seguro que expresó lo mismo que el apóstol Juan: « No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad» (3 Juan 4).
Recuerde lo siguiente: Si está sufriendo en la vida; pero nadie está recibiendo el beneficio de eso, no está sufriendo de acuerdo con la voluntad de Dios. No está sufriendo en nombre del amor, sólo está siendo víctima del engaño del diablo.
Si alguien está recibiendo LA BENDICIÓN a causa de su sufrimiento, entonces no se detenga. Olvide sus propios intereses, ríndase al amor de Dios y enfóquese en las cosas maravillosas que Él está haciendo por otros, a través de usted. En lugar de llenarse de tristeza, tendrá óleo de alegría y ¡el sentir de Jesús estará en usted!