«¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá
hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios
veraz, y todo hombre mentiroso…»
(Romanos 3:3-4).
Es asombroso cuántos creyentes afirman amar al SEÑOR, levantan sus manos y derraman grandes lágrimas de devoción cuando se encuentran en la iglesia; pero cuando salen, tratan a Dios como si fuera un mentiroso. Claro, ellos no se percatan de lo que hacen; sin embargo, lo hacen.
Lo notaríamos con más rapidez si actuáramos así con otra persona. Por ejemplo, supongamos que necesita que alguien pase por usted al aeropuerto, y su mejor amigo promete ir por usted. Asumiendo que ese amigo fuera una persona de palabra y que siempre ha sido fiel en cumplir lo que le ha prometido, usted creería su promesa, ¿cierto? No creerle sería una acción de desamor y de deshonra. Sería como abofetearle el rostro si usted continuara pidiéndole a otras personas que pasen a recogerlo. Los demás pensarían muchas cosas de su amigo si lo escucharan decir: “Él me aseguró que pasaría por mí, pero ¿podrías llegar tú también, sólo en caso de que no se presente? Es que no confío en él”.
Jamás le haríamos algo como eso a un fiel amigo, sin embargo, los creyentes actúan así todo el tiempo con Dios. Reciben Sus promesas por medio de Su PALABRA —las cuales son muy serias para Él, pues garantizó esas promesas con la sangre de Su propio Hijo—, luego hablan y actúan como si la PALABRA fuera mentira. Tratan a Dios como a un mentiroso en quien no se puede confiar. Sé que esa declaración se escucha ruda, pero es la verdad; y necesitamos ser conscientes de ello.
Hace algunos años, durante una serie de reuniones en las que prediqué, asistí a una recepción que algunas personas habían preparado para los ministros. Cuando entré al salón, una persona me saludó, y me dijo: “Hermano Copeland, necesito que ore conmigo. Mi hermana está enferma, y no tiene esperanza de vida. Quiero que se ponga de acuerdo conmigo para que Dios intervenga, y cambie esa situación”.
¡Por supuesto!, le respondí. Nos tomamos de las manos y nos pusimos de acuerdo en oración nos basamos en a las palabras de Jesús en Mateo 18:19—; siempre que dos personas estén de acuerdo en cualquier cosa y la pidan en Su nombre, les será hecha. Oramos y le dimos gracias a Dios por la respuesta. Más tarde vi a esa persona acercarse a otro predicador, y decirle: “Hermano, mi hermana se encuentra muy enferma. Creemos que morirá…”. Quizás con una docena de ministros esa noche, pero ni una sola vez creyó verdaderamente en la PALABRA de Dios.
Es necesario que seamos realistas con respecto a nuestro amor por Dios, y dejemos a un lado ese tipo de conducta. Debemos honrar al SEÑOR creyendo realmente lo que Él nos asegura, y actuar como que ya lo tuviéramos. Debido a que Él derramó Su propia sangre para garantizarnos Sus promesas, honremos esas promesas dándole el amor que Dios merece.