«Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.»
(Efesios 2:13)
Algunas veces, a medida que los creyentes comenzamos a madurar en las cosas de Dios y a llevar vidas santas, ese primer amor apasionado que tenían por el SEÑOR comienza a menguar. ¿Ha notado eso alguna vez? En los primeros meses de su vida cristiana, quizá lloran de gratitud cada vez que oran. A menudo sobreabundan en adoración cuando le expresan al SEÑOR cuánto lo aman, y cuánto valoran la purificación que recibieron por medio de Su sangre preciosa.
Sin embargo, a medida que el tiempo transcurre, algo cambia. Ellos aún aman al SEÑOR. Aún oran y lo adoran. Pero de alguna manera, Dios no parece tan cercano o amado como lo era en esos primeros maravillosos días.
¿Por qué sucede esto?
A menudo, la razón es muy simple. En los primeros días de su vida con el SEÑOR, esos creyentes depositan toda su confianza en la sangre de Jesús. Ellos no tienen buenas obras en las que puedan confiar y deben depositar toda su confianza en el Salvador, y simplemente se acercan a Dios por medio de la fe en Él.
Sin embargo, cuando crecen, sin siquiera darse cuenta, permiten que su atención cambie. Ahora están más atentos a sus éxitos o fracasos espirituales de lo que estaban en Jesús. comienzan a acercarse al SEÑOR pensando que Él los aceptó gracias a su buen comportamiento o que los rechazó por su mal comportamiento. De forma inconsciente, ellos caen de su lugar en la gracia para quedarse en un lugar basado en las obras. Pierden el afecto que una vez tuvieron por Dios debido a que comenzaron a tratar de ganárselo en lugar de recibirlo como un regalo de su comunión con Él.
No permita que eso le suceda. Sin importar cuántas maravillosas obras el SEÑOR realice en su vida… ni cuántas cosas extraordinarias Él le permita llevar a cabo… jamás, nunca traiga esas obras delante del trono de Dios. Jamás establezca su confianza en ellas.
En lugar de ello, mantenga su mirada en Jesús. Recuerde que sólo Su sangre lo acercará a Dios siempre. Ya sea que haya actuado de forma maravillosa o lamentable, sigue siendo su fe en Él, y sólo en Él, la que asegura su lugar con el Padre. Es sólo a través de Jesús que usted tiene acceso por la fe al lugar de gracia en la cual estamos firmes (Romanos 5:2).
Si usted mantiene siempre estas verdades en su mente, jamás perderá ese primer amor que tenía por el Único que pagó todo por usted. Nunca dejará de estar agradecido por el sacrificio de su Salvador y por la sangre que lo acercó a Él.