«…Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros… Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.»
(Santiago 4:6-7,10)
Dios se deleita en BENDECIRNOS, y es lo que siempre quiere hacer. Sin embargo, si dejamos de vivir en amor y empezamos a llenarnos de orgullo, LA BENDICIÓN dejará de obrar —a nuestro favor—. En lugar de promover nuestro éxito, en la Biblia se nos enseña que Dios empezará a afrontarnos, pues el orgullo obra en contra de los caminos de Dios. Y si es necesario, nos hará fracasar…fracasar…y fracasar… con el fin de que reconozcamos nuestra debilidad y nos libremos del orgullo.
En lo personal, no quiero que eso me suceda nunca. Prefiero humillarme como se nos indica en las Escrituras, y permitir que sea Dios quien me exalte; y no sea yo quien me levante en orgullo y después tenga que ser humilde.
Prefiero escudriñar mi corazón a diario para asegurarme que no estoy siendo jactanciosa. De cuerdo con 1 Corintios 13:4-5, el amor no es altivo. El amor no es jactancioso ni arrogante, y tampoco se llena de orgullo.
A veces de broma decimos: “¡Es difícil ser humilde cuando sé es tan grande como yo!”. Pero dejando las bromas por un lado, el Señor es el más grande que existe, y aún así es extremadamente humilde. A pesar de ser el Creador de todo el universo, cuando pedimos Su ayuda, Él está dispuesto a ocuparse de los más pequeños detalles de nuestra vida. Nunca está muy ocupado para escucharnos. Tiene comunión con todos aquellos que invocan Su nombre —ya sean reyes o mendigos—. Sólo Él tiene razones para ser orgulloso, sin embargo, no existe ningún indicio de orgullo en Él.
Si queremos disfrutar de la abundancia de Su BENDICIÓN, debemos ser como el SEÑOR y no tener ni siquiera un indicio de orgullo en nosotros. Cuando Dios nos comience a prosperar, no cometamos el error de acreditarnos el éxito, y decir: “Vean lo que logré”. Recordemos que es Dios quien nos dio el poder para hacer las riquezas, y que Él es la verdadera razón de nuestro éxito. En realidad, la mayoría de cosas que Dios hizo por nosotros, las llevó a cabo a pesar de nuestras imperfecciones, y no por quien somos. Y si somos sabios, nunca nos olvidaremos de esa verdad.
A veces usted puede ser tentado a decir: “Claro, Dios me prosperó… ¡Pero yo también trabajé! Estudié duro, fui a la escuela. Invertí cientos de horas practicando, planificando y desarrollando mis habilidades. ¿Por qué no tomarme algo del crédito?”.
Fue Dios quien le dio las fuerzas para trabajar. Él fue quien le dio lo fondos para asistir a un centro educativo, la habilidad para estudiar y desarrollar los talentos que le ha dado. Usted puede rendirse al orgullo y tomarse el crédito de lo que ha logrado, pero perderá Su BENDICIÓN en el proceso. Y desde cualquier punto de vista que usted quiera verlo, ése es un intercambio de créditos en el cuál saldrá perdiendo.