«Felipe le dijo: SEÑOR, muéstranos al Padre… Jesús le dijo: ¿Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre…»
(Juan 14:8-9)
Aunque las revelaciones del amor de Dios en el Antiguo Testamento sean maravillosas, la más perfecta revelación la recibimos en el Nuevo Testamento a través de Su Hijo: Jesús. Él es la expresión plena del corazón del Padre. En Hebreos 1:3, le llaman: “La perfecta copia y la misma imagen de la naturaleza de Dios” (AMP).
Todo lo que Jesús dijo e hizo cuando estaba en la Tierra, fue una expresión de Dios (Juan 8:28-29). Por tanto, si hoy en día queremos conocer cuales son los deseos de Dios para nosotros, sólo es estudiar el ministerio de Jesús.
En Hechos 10:38, se resume Su ministerio de la siguiente forma: «Como Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y como éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo…». En otras palabras, Jesús anduvo haciendo el bien; pues eso hace el amor de Dios todo el tiempo.
Ésta es una sencilla verdad, sin embargo, es necesario que se proclame; pues las tradiciones religiosas nos dicen lo contrario. Las tradiciones religiosas enseñan que Dios no todo el tiempo hace cosas buenas por nosotros, sino que está más interesado en que usted cumpla las reglas de los hombres, que en ayudarle. Los religiosos actuaban de la misma manera en los días de Jesús. Ellos se enojaban, porque Jesús sanaba enfermos en el día equivocado de la semana. Lo criticaron por dejar que sus discípulos recogieran granos para comer en el día de reposo, pues eso violaba sus reglas religiosas.
Pero a Jesús no le importaban las tradiciones hechas por los hombres, sino las personas; pues así es Dios.
Cuando vio gente hambrienta, no les dio la espalda y les dijo: “Ellos estarán bien, de todas formas tienen que ayunar más”. No, Él expresó: «Yo tengo compasión por la multitud, porque ellos… no tienen nada para comer» (Mateo 15:32). Entonces realizó un milagro, a fin de alimentarlos.
Y cuando la gente estaba hambrienta en lo espiritual, Jesús les enseñó. Cuando la gente estaba enferma y venía a Él, los sanaba. En cambio, la tradición religiosa declara: “A veces Dios te sanará, y en algunas otras ocasiones no lo hará”. No obstante, la vida de Jesús contradice esa afirmación, Él sanó las enfermedades y suplió las necesidades de cada persona que se le acercaba. ¡Y lo hizo todo el tiempo!
Así que cuando se acerque a Dios, a fin de que supla sus necesidades, no dude que Él lo hará. Puede descansar seguro en que si Jesús lo hizo tiempo atrás por otras personas, también lo hará por usted hoy!