«Les Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.»
(Juan 15:11-13)
De todos los escritores del Nuevo Testamento, el apóstol Juan tuvo la más grande revelación del amor. Tanto en su evangelio como en sus cartas a la Iglesia, él explicó de forma clara que andar con Dios y vivir en amor; son dos acciones que guardan una estrecha relación. No se puede practicar una, y descuidar la otra.
Además, nos reveló que vivir en amor, aún cuando se requiera entregar nuestra propia vida por los demás; no debe ser algo que nos preocupe o que nos deprima. Al contrario, ésa es la clave para recibir la plenitud de gozo.
Sólo pensar de que entregar nuestra vida por la de alguien más nos dé plenitud de gozo, contradice la mentalidad natural y mundana. Pues el mundo afirma: “Si quieres ser feliz, tendrás que esforzarte por ser el primero y el mejor. Y cuidar de ti mismo, pues nadie más lo hará por ti”. De acuerdo con el sistema del mundo, ésa es la manera normal de vivir. Sin embargo, las personas que se centran en sí mismas, siempre luchan con la depresión y la opresión: no pueden dormir y sus relaciones interpersonales son superficiales e insatisfactorias.
Ahora bien, vivir en amor es lo opuesto. El amor declara: “No busques tu propio interés primero, sino el de los demás. Lleven las cargas los unos de los otros. Si quieres ser el más grande, debes servirle a todos”.
El diablo intentará convencerlo para que no viva de esa manera. Le dirá que si pone a los demás primero, nunca tendrá nada. Le afirmará que si sirve a otros, lo pisotearán y que usted terminará siendo una persona miserable y triste. Pero eso no es cierto.
La verdad es que mientras menos se ocupe de sí mismo, más feliz será. Mientras más se enfoque en BENDECIR a otros, será BENDECIDO más abundantemente.
Un amigo mío, me relató una época de su vida en la cual no era feliz y en donde todas las cosas no le salían como las planeaba. Invertía horas orando; repitiéndole sus problemas a Dios, y pidiéndole que lo ayudara. Poco tiempo después, el SEÑOR le dijo: Hijo, si te olvidaras de ti mismo, la mayoría de tus problemas desaparecerían.
Él no deseaba escuchar eso en ese momento, pero obedeció. Dejó de pensar en sí mismo y se dedicó a servirles a otros. Y hace poco, me dijo: «Muéstrame a alguien que haya alcanzado la madurez en Dios, y yo te mostraré a alguien que tiene la habilidad de vivir un largo periodo de tiempo sin pensar en sí mismo, y que descubrió qué significa vivir en libertad y plenitud de gozo».