«Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad.»
(Salmos 86:15)
El infinito amor de Dios asombra tanto la imaginación humana, al punto en que queremos razonarlo a un nivel comprensible para nuestra mente. Quizá pensemos: “Espere un minuto, sé que Dios es amor, sin embargo, hay límites para ese amor. Vea la condición en que se encuentra el mundo que nos rodea. Toda la Tierra está llena de personas con necesidades, y pareciera que el amor de Dios no hace nada por ellos”.
Si lo analizamos desde el punto de vista humano, pareciera que si hay límites para el amor y la bondad de Dios. Pero somos nosotros los que ponemos esos límites, no Él. Limitamos el amor de Dios cuando no lo escuchamos o no le obedecemos; e incluso por la falta de entendimiento y de fe.
Se lo explicaré. Todo lo que recibimos de la mano de Dios, lo recibimos por fe, y si nos dejamos invadir por el temor, de manera constante por nuestro bienestar, y dudamos del amor de Dios por nosotros; no seremos capaces de alcanzar y recibir por fe de Su mano. Aunque nuestra poca fe se deba a que no hemos escuchado la Palabra; aun así, nuestra falta de entendimiento limita nuestra habilidad de recibir la maravillosa provisión que Dios, en Su amor, desea darnos.
Una amiga me contó, su historia, la cual ilustra muy bien lo que le estoy explicando. Aunque nació de nuevo desde pequeña, creció en una iglesia tradicionalista; y tenía poco entendimiento acerca del amor y la bondad de Dios. Después de casarse y tener hijos, ella y su esposo atravesaron por una crisis financiera.
Mi amiga empezó a orar, pidiéndole al SEÑOR que le enviara dinero para suplir las necesidades de su familia. De pronto, le surgió un pensamiento negativo que hizo corto circuito con sus oraciones: Cómo te atreves a pedirle a Dios que supla las necesidades de tu familia, cuando hay niños sufriendo hambre en China. ¡Deberías orar por sus necesidades, no por las tuyas!
Pero todo cambió cuando recibió la revelación acerca del amor ilimitado de Dios. Pues se dio cuenta de las tradiciones religiosas y la falta de conocimiento habían impedido que ella confiara en que Dios supliría todas sus necesidades. Gracias a esa revelación, mi amiga se dio cuenta de cuán insensata había sido. ¿Por qué debía pedirle a Dios sólo por las necesidades de los niños de China? ¡Él es Dios! ¡Él tiene suficiente amor y provisión para todos! ¿Por qué no le pidió por ambas necesidades?
La respuesta era obvia. Desde ese entonces, empezó a abrirle la puerta a la provisión de Dios; confiando en que Él proveería sus necesidades. Al tener fe en la bondad de Dios, ella expandió el alcance de Su ilimitado amor.