«Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.»
(2 Corintios 5:14-16)
El mandamiento de amar a su prójimo como a usted mismo es maravilloso. Y su significado representa más de lo que la mayoría de personas intenta realizar. Sin embargo, como miembros del Cuerpo de Cristo, tenemos un llamado más grande: Vivir para Jesús, al vivir por los demás. En otras palabras, fuimos llamados a amar a nuestros hermanos y hermanas en el SEÑOR, así como amamos al mismo Jesús.
Pero quizá alguien diga: “Hermano Copeland, de seguro no se está refiriendo a que debo tratarlo a usted; así como trataría a Jesús”.
Sí, así es. Y, yo debo tratarlo a usted de la misma manera. Después de todo, somos un solo Cuerpo y un solo espíritu con Él. En la Biblia leemos que cuando uno sufre, todos sufrimos. Cuando uno es honrado, todos somos honrados. Pues estamos vinculados por medio de una unión sobrenatural.
Medítelo por un momento. Jesús está en mí, y yo estoy en Él. Jesús está en usted, y usted está en Él. Eso significa que todos estamos unidos. Yo no puedo separarlo a usted de Jesús. Ni puedo tratarlo a Él de cierta forma, y a usted de otra, pues lo que yo le haga a usted, se lo hago a Jesús. Y cualquier cosa que usted me haga a mí, se la hace a Él.
Cuando comprendamos esta revelación, seremos como el apóstol Pablo y dejaremos de ver a los demás conforme a nuestros prejuicios. Dejaremos de pensar que por vivir en diferentes trajes de piel estamos separados unos de otros. Entenderemos que en realidad somos uno en Jesús, pues todos somos parte de Él.
Eso significa que al verlo a usted, veré a Jesús. Por consiguiente, debo amarlo como si usted fuera Jesús. Debo cuidarlo con amor ágape, el cual se interesa en lo que puedo hacer por usted, y no en lo que usted pueda hacer por mí. Después de todo, si voy a tratarlo como a Jesús, lo trataré como si usted hubiera realizado todo por mí, como si hubiera muerto por mí; y como si usted fuera la razón por la cual puedo ir al cielo.
Buscaré formas de BENDECIRLO, así como también oportunidades para cuidarlo. Nada de lo que realice afectará mi amor por usted. Ningún factor en lo natural impedirá que me comporte de esa manera. No me importará su color de piel ni su pasado denominacional. Cuando lo vea, veré a Jesús. Veré al Único que me amó y se entregó por mí.
Cuando lo vea a usted, veré al Único que amo.