«Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado.»
(Hebreos 9:19-20)
En ocasiones, las personas leen el Antiguo Testamento y se pierden de la maravillosa demostración de amor de Dios que allí se revela. Al leer acerca de La ley Mosaica y del sacrificio de animales que dicha ley requería, por su falta de conocimiento, expresan: “¿Qué clase de Dios impone un sistema como éste?”.
¡Un Dios que ama a la gente! Aunque la humanidad se encontraba bajo el dominio del diablo y debido a eso, se convirtieron en un una raza fracasada, Dios amaba a la gente de esa época. A pesar de que se encontraban muertos en el espíritu y no había forma de que fueran regenerados, Dios aún anhelaba suplir sus necesidades. El amor que Él sentía por ellos era tan grande, que aún sabiendo que en realidad no podían corresponderle en amor, Él deseaba establecer un pacto con ellos para poder BENDECIRLOS.
El problema fue que ellos no pudieron cumplir su parte del pacto. Se encontraban tan corrompidos en lo espiritual, que lo incumplieron antes de irse a dormir el primer día —y el SEÑOR lo sabía—. El castigo por quebrantar un pacto era la muerte, y Él deseaba ayudarlos, no lastimarlos. Por ello, Él debía buscar otro medio.
Por tanto, el sacerdocio se incluyó en el Antiguo Pacto. Él designó a cierto grupo de personas para representarlo, y básicamente dijo: “Escuchen, Mis hermanos y hermanas de pacto, sé que fallarán, que romperán nuestro acuerdo y pecarán. Y cuando eso ocurra, en lugar de que ustedes mueran, sacrificaremos a un animal. Dejaremos que ese animal sea su sustituto, y de esa manera podré cumplir con las demandas de justicia sin lastimarlos. Podremos mantener nuestro pacto y Yo podré BENDECIRLOS a pesar de su pecado”.
Dios no hizo eso porque fuera insensible a la muerte de un animal. Si todo hubiera ocurrido conforme al plan inicial de Dios, jamás habría habido muerte en la Tierra. Adán fue quién le abrió la puerta a la muerte. Al entrar el pecado y la muerte en la Tierra, algo debía hacerse para proteger a las personas de la maldición del pecado y de la muerte. Por esa razón, Dios instituyó las leyes del Antiguo Testamento y el sacerdocio —para proteger a Su amado pueblo de los efectos de su propio pecado, a fin de establecer un pacto de BENDICIÓN con ellos, a pesar de su condición de pecado—.
Ésa fue una solución temporal, una sombra de lo que sería el maravilloso Sacerdocio de nuestro SEÑOR Jesucristo, quien vendría para pagar el castigo del pecado y nos limpiaría de éste, para siempre. Por tanto, éste fue claramente concebido por el más grande corazón de compasión que existe. Fue diseñado por el Dios de amor.