«Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual
recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación»
(1 Pedro 1:18-19).
¿Alguna vez ha luchado para sentirse valorado? Todos hemos luchado por lo mismo. Las personas trabajan por largas horas, y sacrifican a sus familias para obtener la aprobación de un jefe y sentirse valorado en la oficina. Adquieren deudas comprando ropa nueva, automóviles y casas; esperando que, de alguna manera, los hagan sentirse más importantes. Incluso persisten en obtener notorios cargos de honor y respeto en la Iglesia, pues desean saber que son valiosos en el reino de Dios.
El problema es que tanto esfuerzo jamás nos brindará la comodidad que estamos buscando. Una vez que las obtenemos, vivimos en constante temor a perderlas. Nos atamos estos logros, sabiendo que perderlos sólo confirmará algo que siempre hemos temido: que en realidad, no valemos mucho.
En lugar de ayudar, la tradición religiosa hace que nuestros temores sean aun peores. Nos enseña que no somos nada, sólo unos gusanos espirituales que Dios escogió para sentir lástima. Que sólo somos viejos pecadores salvos por gracia.
Usted sabe que eso no es cierto. Sabe que confiar en Jesús y aceptarlo como su SEÑOR, lo convirtió en la justicia de Dios. Sin embargo, ¿alguna vez ha permitido que Su sacrificio responda a las persistentes preguntas con respecto a su valor?
El sacrificio de Jesús responde todo. Una vez que usted se percata de que Dios envió a Jesús a pagar el precio para salvarlo, nunca más volverá a preguntarse cuán valioso es usted. Ni tendrá que observar su desempeño, sus bienes o incluso el cargo que desempeña en su iglesia para saber cuánto vale.
Sólo vea a la Cruz, y diga: “¡Cuán preciosa fue la sangre de Jesús que ahí fue derramada! ¡Cuán precioso fue el Cordero inmolado de Dios, quien entregó Su vida por mí!”.
Sea consciente de lo que está exclamando, ya que al hacerlo responderá para siempre las preguntas acerca de su valor. Usted es tan valioso para Dios como lo es Jesús, porque Dios entregó a Su Hijo en un intercambio por usted.
Quizá se cuestione: “¿Cómo pudo suceder tal cosa? ¡Conozco mis propios fracasos y defectos! No valgo tanto como para que me atribuyan ¡ese precio tan alto!”.
No, no lo vale, tampoco yo. Sin embargo, Dios, gracias a Su gran amor por nosotros, pagó ese alto precio por nosotros. El Dios soberano, quién establece toda verdad y todo valor, declaró que somos tan preciosos como Jesús. En la sangre de Su Primogénito, Él fijó nuestro valor para siempre.