«No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios.»
(Eclesiastés 2:24)
El SEÑOR nos ordena que vivamos en amor, pues Él desea que seamos felices. Dios anhela que disfrutemos nuestra vida, y mientras más amemos, ¡más la disfrutaremos!
Cuando nos apartamos del amor, y entramos en contienda, tenemos falta de perdón y aceptamos la ofensa; la miseria viene a nuestra vida. Cuando vivimos conforme a estas influencias, le tendemos una alfombra de bienvenida al diablo. Le entregamos una invitación abierta para que venga a atormentarnos, y a causar estragos en cada área de nuestra vida. Le abrimos la puerta a las enfermedades, a las dolencias y a toda clase de aflicciones mentales y emocionales. En lugar de disfrutar nuestra vida, nos encontramos luchando sólo para sobrevivir.
Dios no desea que eso nos ocurra, Él anhela que ¡disfrutemos nuestra vida! No quiere que vivamos bajo la influencia de algún demonio que nos diga qué hacer. Y mucho menos que un demonio tome el control de nosotros, y arruine nuestra vida. ¡Tampoco quiere que vivamos estresados y deprimidos! Dios desea que seamos libres.
Él anhela que cada día nos levantemos con una canción en nuestro corazón, y que declaremos: Éste es el día que ha hecho el SEÑOR. ¡Me regocijaré y me alegraré en él!
Algunos creen que a Dios no le interesa nuestra comodidad y nuestra felicidad, pero sí le interesa. Él toma cuidado de las cosas grandes como de las pequeñas. En la Biblia leemos que Dios tiene tanto cuidado de nosotros, que incluso tiene contados los cabellos de nuestra cabeza!
El SEÑOR, a través del ministerio de Jesús, nos reveló lo deseoso que está de bendecirnos y ayudarnos. Lea los Evangelios, y verá cuánto anhelaba ayudar a las personas. Ni siquiera tuvieron que obligarlo o pedirle una cita. Sólo corrían hacia Él en la calle, y exclamaban: “¡SEÑOR, sáname!”, y Jesús los sanaba. Mientras caminaba, vió a una madre llorar en el funeral de su hijo; y resucitó a ese joven sólo para que esa madre no sufriera. Cuando vio a la gente con hambre, obró un milagro ¡sólo para que no tuvieran que marcharse para comer!
Hoy en día ¡Él continúa con la misma disposición! No ha cambiado —excepto que ahora, es más poderoso que nunca—. Ahora, Jesús es el SEÑOR resucitado de toda la Tierra, sentado a la diestra del Padre; y todo el poder y la autoridad es suya.
No sólo está dispuesto, también anhela que ese poder esté disponible para nosotros y a través de nosotros. Él se encargará de que seamos una BENDICIÓN para los demás, y de que disfrutemos Su bondad todos los días de nuestra vida —sólo si vivimos en amor—.