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octubre 20, 2016

Una vida de Bendición – por Melanie Hemry

Las nubes color ceniza estaban esparcidas a lo largo del horizonte inglés. Deborah McDermott seguía a su esposo, Chris, quién se alistaba para salir afuera, en medio de la lluvia. Sus ojos lucían cansados por la falta de sueño. El estrés había afectado su piel alrededor de los huesos en el rostro, haciéndola lucir tan frágil como un pájaro recién nacido.

“Te ruego que no te vayas”. le suplicó Deborah, colgándose del brazo de su esposo. “No puedo seguir un día más”.
“Lo sé. Créeme que lo sé”, respondió Chris. Sus ojos parecían poseídos, como un soldado que acaba de llegar a casa de la guerra. Su ceño fruncido parecía un rasgo ya permanente.
“Tenemos dos hijos autistas. ¿Cómo vamos a pagar para lo que necesitan ahora y mantenerlos cuando seamos viejos? Si no voy a trabajar, voy a perder el trabajo. ¿Qué va a pasar con ellos entonces?”
Sin prestarle atención al clima, Deborah permaneció afuera mirando a Chris alejarse; sus lágrimas se camuflaban con la lluvia. En la casa, Timothy, su hijo de 10 años, chocaba su cabeza contra la pared y se golpeaba a él mismo mientras gritaba, “¡odio mi vida, odio mi vida!”.
“Yo odio la mía también”, pensó Deborah mientras trataba de consolar a su hijo; le habían advertido que terminaría en una institución mental.
Timothy había nacido inteligente y hermoso, pero los problemas empezaron a su temprana edad. Desde el primer día, sólo dormía dos horas diarias; sus primeros cinco años durmió muy poco en la noche, la mayoría del tiempo despierto, triste y llorando.
Sus sentidos estaban tan desarrollados para la edad que los sonidos y las luces eran abrumadores. Usar ropa le dolía.
No podía soportar nada fuera de su rutina normal. Si se quedaba dormido en el carro, se despertaba con lo que los doctores describían como una “tormenta”. Arqueando su espalda, gritaba por horas. Probar sabores nuevos era otro problema. Solamente comía cierto tipo de comida, que se cocinaba en una sartén especial. Siempre comía con la misma cuchara y cuando salían de la casa, Deborah empacaba los sartenes y los platos.
Timothy había sido diagnosticado con Trastorno Neurológico de Autismo, el más grave en el rango de esta enfermedad. A pesar de que él había aprendido por su cuenta a leer, carecía de las habilidades motrices para sostener un lápiz y escribir.
Ahora, después de seis semanas de evaluaciones médicas a cargo del mejor neuropsiquiatra de Cambridge, Timothy había sido diagnosticado con síntomas significativos de trastorno bipolar. Sus cambios de temperamento cada vez eran peores, y tendría que tomar medicamentos para controlarlo por el resto de su vida. El doctor había mencionado que él era lo suficientemente inteligente para entender que no era como los demás niños. Timothy era depresivo y se consideraba de alto riesgo para el suicidio.
James, su otro hijo, había sido diagnosticado con autismo a la edad de 2 años. A los 4, todavía no hablaba. Nunca experimentó el frío ni el dolor en una forma normal. Inclusive en el invierno corría desnudo; a menudo se rehusaba a usar ropa, excepto un disfraz de abejorro. No reaccionaba al dolor por cortes o quemaduras. No podía lidiar con eventos sociales ni ruido. Cuando dormía, James abría sus ojos, y crugía sus dientes, mientras se retorcía. Se daba cabezazos contra la pared, pateaba, gritaba y despertaba a toda la familia. Deborah se quedaba con él en las noches para mantenerlo a salvo.
Deborah entró a la cocina y se sirvió un vaso de whiskey. Su familia había estado en una constante crisis durante los últimos 11 años—sin señales de mejoría. Mirando hacia afuera el clima nublado, contempló diversas formas de morir.
La idea de suicidarse le trajo un alivio.

Conexiones Divinas
“La única razón por la cual todavía no había cometido suicidio, era por la preocupación de pensar en el futuro de Timothy y James”, admite Deborah. “Chris y yo éramos los únicos que podíamos entenderlos. Me preocupaba que los niños terminaran al cuidado de alguien que pudiera abusarlos”.
“No teníamos ningún tipo de apoyo de familiares y amigos. No podíamos ir a la iglesia por el ruido. Los aplausos y los cantos hubiesen causado un ataque en los niños y era muy complicado hacer que James ingresara al vehículo bajo esas circunstancias”.
“Chris había estado viajando intensamente y tenía que dormir. Él dormía en un cuarto mientras yo dormía en el otro con James. Nuestro matrimonio se estaba desmoronando por la presión de la situación. Las finanzas se habían estirado hasta tal punto, en el que ya no había más; además, Chris estaba teniendo problemas en el trabajo. La única forma de pasar los días era gracias al whiskey: a la mañana, uno en la tarde y otro en la noche. Nunca lo suficiente para emborracharme, ya que me hubiese puesto a llorar por horas, y no podría cuidar de los niños de la forma apropiada; sin embargo, era lo suficiente para aplacar mis emociones. No tenía esperanza ni veía salida alguna, excepto la muerte”.
En el 2006 un nuevo mundo se abrió para Deborah cuando su familia instaló televisión satelital. En el 2007, una noche de las tantas, se encontró con el programa “La Voz de Victoria del Creyente”. Observó atentamente cómo Gloria Copeland, Terri Copeland Pearson y Kellie Copeland compartían acerca de la crianza de sus hijos. Sus experiencias eran tan diferentes a las de ella, que se sintió abrumada y sin esperanza. Furiosa, levantó la cabeza al cielo.
“Dios, ¿cómo pudiste hacer esto?, se supone que tu deberías amar a mis hijos más de lo que yo lo hago. Yo moriría por ellos”.
Yo ya lo hice.
“¡No entiendo cómo es que tu moriste por todos y yo estoy viviendo un infierno en la tierra!”
El señor le respondió con siete palabras que cambiaron su vida para siempre.
Yo voy a sanar a tus hijos.
Deborah sintió una emoción inusual —una que no había experimentado en años.
Esperanza.

Tomando una posición
Deborah llamó a los Ministerios Kenneth Copeland para que le dieran el regalo que habían ofrecido en el programa de televisión.
“¿Le gustaría que oráramos por usted?”, preguntó la mujer al otro lado de la línea.
“¡Sí! ¡Mis hijos tienen autismo, pero Dios me dijo que los sanaría!”
“¿Ha leído nuestra revista?”
“No, ¿por qué?”
“Nosotros publicamos una historia de un niño que fue sanado de un autismo severo”.
Esas palabras atravesaron a Deborah como un electrochoque. Ella nunca había escuchado de nadie que hubiese sido sano de autismo. Motivada, encargó las series de la Escuela de Sanidad de Gloría, y la mujer se comprometió a enviarle un ejemplar de la revista, incluyendo el testimonio de Desmond Oomen, un joven holandés, cuyo testimonio de sanidad se encuentra en formato de DVD.
“Cuando miré el testimonio de Desmond Oomen, quien había sido sanado de autismo, yo sabía que, si Dios lo había hecho por él, seguramente lo haría por mis hijos también”.
Deborah recuerda: “Después de comenzar con la Escuela de Sanidad, empecé a darme cuenta la información errónea que se me había enseñado de Dios y la Biblia. Comenzamos a nutrirnos de la Escuela de Sanidad o las Escrituras noche tras noche. Estaba cautivada; tenía una misión. Estaba tan concentrada que no recordaba la última vez que había tomado un trago de whiskey. Ya no lo necesitaba. El pánico se había ido, la ansiedad ya no estaba y no tenía desesperación.
“Las cosas empezaron a cambiar inmediatamente para los niños, especialmente para Tim. James todavía no podía hablar, pero ambos se convirtieron en niños felices. Ellos empezaron a hacer contacto visual y a involucrarse con nosotros. Ahora querían salir. Empezamos a tener picnics y a jugar en el parque”.

Contraataque
Durante el siguiente año, los niños progresaron tanto que Deborah empezó a escolarizarlos en la casa. En la primavera del 2008, ella conoció a otra madre en el parque la cual su hija había sido diagnosticada con trastorno neurológico de autismo. Tratando de ayudar, la mujer empezó a hablar acerca de los problemas que tenía James, tratando de sugerir tratamientos. Sus palabras hicieron enojar a Deborah, pero ella trató de ser amable. “Yo creo que Dios lo está sanando”, le contestó. “Él está mucho mejor”.
La mujer trajo a su hija para que jugaran tres veces; ella continuaba haciendo comentarios acerca de las características del autismo de James. En dos semanas, James había retrocedido al punto que estaba mucho peor desde que le diagnosticaron trastorno neurológico de autismo. Dejó de hacer contacto visual y empezó a volverse más retraído, rehusándose a salir. Se negaba a comer y vomitaba cuando veía otras personas comer; también evitaba vestirse.
Si Deborah abría las ventanas, James se ponía histérico. Y si alguien venía de visita, él se ensimismaba en una silla giratoria y quedaba inconsciente.
“Dios, yo sé que esto es solo un ataque”, oraba Deborah. “Yo sé que el autismo fue derrotado en la cruz. Yo sé que James fue sanado. Lo que no sé es cómo atravesar este obstáculo”.
Un día, Chris leyó acerca de que un ministro americano, Andrew Wommack, que predicaría en Inglaterra y decidió llevar a los niños.

Fe por un milagro
“Llevar a Timothy y a James en un viaje durante la noche era similar a enviar a la 8va. división aérea transportadora”, recuerda Chris. “Era abrumador llevar a James dentro del carro en un viaje de dos horas, sabiendo que no comería hasta que regresáramos a casa y tener que hacerlo dormir en un hotel era un gran reto. Nos tomó mucha oración, pero lo logramos; incluso James comió”.
Lo que pasó a continuación, fue tramado por el enemigo para que los niños tuviesen tanta angustia que no pudiesen recibir la oración.
A la media noche, una luz muy fuerte empezó a brillar a través de la ventana de la habitación y una alarma de incendio comenzó a sonar. Una voz muy fuerte comenzó a evacuar el edificio. Tratando de sacarse el sueño de sus ojos, los niños saltaron de su cama y siguieron a sus padres hacia el pasillo como si nada estuviese sucediendo. Después de estar en el frío por media hora, ellos fueron de vuelta a su cuarto, se subieron a su a cama y se acostaron dormir.
El servicio estaba preparado para la mañana siguiente; esperaron en una larga fila por oración. Cuando sólo faltaban cinco personas en la fila para que llegaran a ellos, Andrew Wommack dejó de ministrar. Las lágrimas empezaron a correr por la cara de Deborah. Cerca, alguien vio a Deborah llorando, y corrió hacia el hermano Wommack. «¿Por favor, sólo una oración más?”
Andrew Wommack impuso su mano en la cabeza de cada niño y declaró: “¡En el nombre de Jesús, le ordeno al autismo que se vaya!” Mirando a Chris y a Deborah, dijo: “Ustedes son ahora padres de niños normales y sanos”.

Un nuevo día  
“Para ser honesto, no quería albergar mucha esperanza”, nos comenta Chris. “Pero desde ese día ellos mejoraron. Cuando llegamos a casa, James llamó a su vecino y jugaron toda la tarde. Esa noche, por primera vez en su vida, durmió toda la noche. Y ha dormido todas las noches desde ese día. Dos semanas después lo pasamos a su propio cuarto. Él empezó a comer más y a socializar. Era increíble verlo”.
En el 2011, cuando tenía 15, Timothy empezó a tomar el tren hacia Cambridge para almorzar con un amigo. Un día, les dijo: “¡Mamá, estoy perfecto. Es hora de tirar ese diagnóstico!”
El doctor a cargo de la unidad de autismo les dijo: “Nunca se me ha pedido que quite un diagnóstico”. Después del examen, dijo. “¡Él no tiene ninguna enfermedad! ¡Me alegra quitar este diagnóstico!” Ese día Chris era el padre más feliz del mundo.
La fe pelea de nuevo
James se sentó en el piso un día cuando Deborah notó que su expresión cambió. En un abrir y cerrar de ojos, él empezó a aplaudir y a dar vueltas. ¡Estaba retrocediendo! Deborah corrió hacia el cuarto sollozando.
“En un segundo, fui presa del miedo y perdí la fe” nos explica. “¡Cuando corría hacia el cuarto, el Señor me habló!” Me dijo: ¡DEJA DE LLORAR! ¡NUNCA permitas que Satanás te haga llorar!
Sus lágrimas se secaron en un nanosegundo y ella entendió. No tenía que correr y llamar a sus amigos en la línea de oración de los Ministerios Kenneth Copeland. Ella no tenía que esperar a que un hombre o mujer de fe fueran a Inglaterra. Había aprendido sobre su autoridad. Y como una osa enfurecida protegiendo a su osezno, volvió hacia el cuarto y la usó. “¡En el Nombre de Jesús, autismo, ¡saca tus manos del cuerpo de mi hijo!” Ella declaró. “¡Déjalo ahora mismo!”
Inmediatamente, la expresión de James volvió a la normalidad. Él sonrió y continuó jugando.
“Esto sucedió tres años después de que me conectara con los Ministerios Kenneth Copeland y un años después que Andrew Wommack orara por él. Sin ninguna duda el enemigo estaba tratando de traer el autismo de nuevo a su vida, pero yo había aprendido a usar mi autoridad y no se lo permití.”

Fe para la restauración
Cuando James tenía 8, Deborah y Chris lo llevaron para que fuera reevaluado.
“Yo creo que Usted puede quitar este diagnóstico”, le dijo Deborah al doctor.
“Señora McDermott, los niños que tienen autismo no se recuperan de la nada,” le dijo. “Ellos mejoran, pero yo nunca he visto un diagnóstico de autismo ser anulado”.
Mientras tanto, James hablaba acerca de lo mucho que había disfrutado patinar sobre hielo y el patinaje sobre ruedas. El doctor se había quedado mudo.
“El niño que estoy observando y los historiales médicos no concuerdan,” dijo el doctor. “¿Está segura que estos son sus historiales médicos?”
Unos minutos después, ella dijo: “tenía una serie de discapacidades y ahora él no tiene ninguna. Ya no sufre de ningún síntoma de autismo. Este diagnóstico es un error y tiene que ser anulado de su historial”.
Hoy en día, James tiene 12. Es muy sociable, cariñoso y feliz. El año pasado, Tim preguntó si podía dejar Inglaterra y asistir a la universidad de Andrew Wommack, Charis Bible College (Instituto Biblíco Charis) en Colorado.
“Tim perdió gran parte de su niñez por culpa del autismo y recuerda muy poco de ella” nos explica Chris. “El niño que nos dijeron que iba a terminar en una institución mental para niños con autismo, ahora está tomando un vuelo internacional, y vive en otro país. Ha ido a viajes misioneros en Bulgaria y Ecuador. Es maravilloso hacer video llamadas con él desde todos esos lugares”.
“Recuerdo aquellas largas noches donde la voz de Gloria nos hablaba en la oscuridad. Desde el día que Deb se conectó con los Ministerios Kenneth Copeland, llegué a un hogar diferente. Ella llamaba a los Ministerios Kenneth Copeland cada viernes por oración. Ponía las enseñanzas en el día y en la noche, y vivía por la revista”.
“Muchas veces yo llegaba a casa y le preguntaba qué estaba haciendo. Su respuesta era: ‘escuchando a papá de nuevo’. Esa era la forma en la que llamaba a Kenneth. Cuando ella le pedía por algo del ministerio, siempre buscaba la forma de darle el dinero para que lo tuviera. Yo observé cómo las cosas cambiaron con nuestros hijos, en nuestro matrimonio y en nuestras finanzas. Estoy casado con una persona diferente. Ya no tenemos crisis. Disfrutamos de una vida normal—de hecho, mejor que una vida normal. Nosotros vivimos en la bendición”.