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diciembre 16, 2014

No encuentro ningún error en ti – por Pr. George Pearsons

No hay nada que se compare con la Navidad en la casa de los Copeland.

Como miembro de esta maravillosa familia, tengo el gozo de participar todos los años en la noche de la víspera de Navidad. Déjame darte un tour personal de esa noche gloriosa.

Cuando llegamos, bajamos todos los regalos, los llevamos a la casa y los colocamos bajo el árbol. Casi instantáneamente, el aroma a comida deliciosa nos atrae directo a la cocina.

“Vamos, veamos que están cocinando”.

La cocina está llena de buenas cocineras en movimiento. Ten cuidado donde te paras, ¡te pueden llevar por delante! Todas las mujeres están corriendo, revolviendo las ollas y preparando la comida. Todos los hombres están parados alrededor esperando —todos, menos yo—. Yo tengo mi tarea asignada.

Soy el encargado de cortar el pavo.

No recuerdo exactamente cuándo pasó, pero hace algún tiempo, me fue concedido ese honor. Así que cuchillo eléctrico y bandeja en mano, aquí voy. Por supuesto, debo probar el pavo a medida que lo hago, para asegurarme que esté cortado a la perfección. Es un privilegio que viene con el trabajo.

 

¡Hora de comer!

Cuando la comida por fin está lista, el hermano Copeland llama a toda la familia y oramos. Formamos un círculo tomándonos las manos, y le damos las gracias al Señor por todo lo que ha hecho durante el año.

Declaramos “Amen”, y ¡es hora de comer!

¿Dónde comemos? Podemos elegir: el mesón de la cocina, el comedor auxiliar o el comedor formal; cuando estamos listos, podemos repetir una segunda — ¡y tercera vez!

A pesar de que “Querida Ma” (Mary, la madre de Gloria) está en el cielo hace algunos años, su delicioso “pavo con salsa de pan de maíz” es la comida favorita de la familia. Los hombres estamos felices de que compartió la receta con las mujeres.

Después de cenar, nos reunimos en la sala y es la hora de abrir los regalos.

Cada uno tiene su lugar asignado.

Kenneth y Gloria tienen las sillas de honor al lado de la chimenea.

Varios miembros de la familia están encargados de distribuir los regalos. Yo estoy incluido en esta tarea.

Después de repartir los regalos, una de las cosas que más me gusta hacer, es tomar distancia y ver como todos abren sus regalos, abrazándose y compartiendo los unos con los otros.

Es una vista que me llena de gozo.

Luego, llega el momento en la tarde que realmente estoy esperando.

El hermano Copeland toma su Biblia y se prepara para ministrarle a la familia.

Por esta razón, siempre traigo mi Biblia y mi libreta de apuntes. Los tópicos varían desde lo que está viendo para el próximo año, hasta lo que el SEÑOR está haciendo en nuestro país. Algunas veces recibimos un adelanto de las tareas que el SEÑOR tiene para KCM.

En lo que a mí respecta, siempre estoy listo para escuchar al profeta declarar la PALABRA.

Recuerdo una víspera de Navidad en particular; parecía que abrir los regalos se había tomado mucho tiempo. Ya era bastante tarde, y me preguntaba si tendríamos nuestro tiempo de “la palabra de Navidad del Profeta”. Ese día también caía una gran tormenta de nieve y comenzaba a apilarse. Algunos teníamos nuestros abrigos puestos y estábamos listos para irnos. Los niños estaban cansados y listos para irse a la cama.

 

¡Una Palabra de confirmación!

De repente, una presencia muy fuerte del Señor descendió en la habitación. Algo en el espíritu cambió de dirección a medida que empezamos a hablar de las cosas de Dios.

Hablábamos de los movimientos espirituales que habían ocurrido en la Tierra, del aumento de las manifestaciones de los regalos del Espíritu y las manifestaciones sobrenaturales en el Cuerpo de Cristo.

La conversación se tornó cada vez más profunda.

Y luego, algo pasó.

El ambiente se enmudeció.

El hermano Copeland observó en silencio a cada uno de los presentes, y expresó su amor y aprecio por la familia. Después nos miró por turnos a cada uno, con amor y ternura.

Y dijo: “Kellie, no encuentro ningún error en ti”.

“Terri, no encuentro ningún error en ti”.

Mirando de lleno a cada persona en la habitación, repetía esas palabras: “no encuentro ningún error en ti”.

Cuando llegó mi turno, el hermano Copeland me miró a los ojos y dijo: “George, no encuentro ningún error en ti”.

Es difícil describir exactamente lo que experimenté en ese momento. Una carga muy pesada fue removida de mi corazón y me sentía de frente al amor mismo de Dios. Esas siete palabras tuvieron tal impacto en mi vida, que ese día marcó una diferencia en mi espíritu. Fui amado, aceptado y declarado libre de toda falta.

Con el tiempo descubrí que fue Gloria la primera persona en ministrar esas mismas palabras al hermano Copeland. El había estado luchando con una situación difícil, y estaba orando para saber qué hacer cuando Gloria entró caminando, se paró detrás de su silla, puso sus manos en la parte trasera de su cabeza y empezó a orar.

Después lo miró y le dijo: “Kenneth, no encuentro ningún error en ti”.

Mientras el hermano Copeland compartía esta historia, dijo que esas palabras derritieron su corazón. La gracia de Dios inundó todo su ser. De repente, ya no tenía más problemas.

Desde ese momento, Dios le ha instruido ministrar esas mismas palabras a otras personas, especialmente con aquellos que se encuentran bajo espíritus fuertes de condenación. Al hacerlo, el sólo sonríe, les acaricia la cara y les dice: “Dios y yo te amamos; no encuentro ningún error en ti”.

Los resultados han sido maravillosos.

Lo que transpiraba en esa víspera de Navidad vive continuamente en mí. Ha cambiado mi relación con el hermano Copeland, mi querido suegro y padre espiritual. A pesar de que trabajamos juntos en el ministerio, podemos pasar semanas sin vernos o hablar debido a los horarios que cada uno tiene. Pero eso no importa. Gracias a esa víspera de Navidad, sé que todo está bien entre nosotros.

Esa es la imagen de cómo nuestro Padre Celestial nos ve. Gracias a Jesús, tú y yo hemos sido hechos la justicia divina de Dios. Y tenemos la libertad de pararnos en frente de nuestro amoroso Padre sin ninguna sensación de miedo, culpa o condenación. Cada vez que hacemos algo mal, lo único que tenemos que hacer es acceder Su perdón y volver al camino correcto.

Imagínate al Padre diciéndote: “no encuentro ningún error en ti”.

¿No es maravilloso saber que Él ha cancelado la deuda de nuestro pecado y nos ve de la misma forma que un padre ve a sus hijos?

Mientras meditaba en esto, el SEÑOR en Su gracia me dio dos escrituras en la versión Nueva traducción Viviente.

Primero, Colosenses 1:20-22:

«Y, por medio de Él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la Tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la Cruz. En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte».

Luego, Efesios 1:4 nos dice:

«Dios nos escogió en Él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él».

En esta Navidad, recibe el amor contundente y la gracia del Padre. Recibe Su regalo de justicia a través de Cristo mientras lo escuchas decir: “no encuentro ningún error en ti”.