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enero 5, 2015

El cañón de la Guerra Espiritual – por Kenneth Copeland

(Enseñanza clásica publicada originalmente en Noviembre del 2004)

No todas las batallas espirituales son iguales.
Algunas son pequeñas peleas que se ganan fácilmente y quedan en el olvido; otras, por el contrario, son peleas feroces en contra de la artillería pesada de un adversario que está empeñado en nuestra derrota.
Cuando enfrentamos esa clase de batallas, debemos usar las armas más poderosas que Dios nos ha dado. Debemos sacar nuestra mejor artillería.

Podrías preguntar: “¿Nuestra mejor artillería?” “¿No son todas nuestras armas espirituales poderosas a través de Dios?”

Sí, son poderosas y efectivas. Todas ellas son municiones del fuego de la fe y todas son poderosas. Pero, eso no significa que todas son iguales. Por ejemplo, si las comparamos con armas naturales, podemos decir que una es como una pistola, otra es como un rifle y otra como un cañón.

Si estamos enfrentando una batalla espiritual en la cual ya hemos usado la pistola y el rifle, pero el diablo aún está peleando en nuestra contra, sólo el cañón podrá ganar—el cañón de la acción de gracias.

La acción de gracias es el “arma más poderosa” en nuestro arsenal espiritual. Nos mantiene conectados a Dios y recibiendo de Él, aún cuando las circunstancias luzcan negras. Nos mantiene en una actitud de fe, aún cuando el diablo esté bombardeando nuestros sentidos con miles de razones naturales por las que debiéramos dudar de la PALABRA y del poder de Dios.

Cuando las tormentas de la vida están tronando a nuestro alrededor, si tan solo nos detenemos en medio de ellas y damos gracias, nos mantendremos con firmeza y seguridad.

No esperes hasta que las cosas mejoren

“Pero hermano Copeland, no siento que pueda dar gracias en momentos como esos”.

Yo tampoco, pero no importa cómo me siento. La Biblia dice: «Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:18). Así que no podemos darnos el lujo de esperar hasta que las cosas mejoren. (¡Si no damos gracias, nunca mejorarán!) No podemos esperar hasta el domingo. La Biblia nos dice que demos gracias ahora, en medio de cualquier cosa que estemos pasando.

Éso es lo que Jesús hizo aun cuando su ministerio estaba siendo rechazado por la gente en ciudades completas. Cuando Él se encontró con líderes religiosos de cuello rígido que se negaron a arrepentirse después de ser testigos del poder del Dios todopoderoso—aún así, Jesús oró y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque estas cosas las escondiste de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Mateo 11:25-26).

¡Solamente piensa cuán fácil hubiera sido para Jesús frustrarse o desalentarse en esa situación! Él estaba predicándoles desde su corazón, moviéndose en tal autoridad que los demonios salían corriendo, los milagros se manifestaban, la gente se sanaba y era liberada. Y aún así, la gente ignoraba estas obras, y no sólo las ignoraba, sino que también acusaron a Jesús de estar poseído por demonios.

Si nosotros hubiéramos estado en esa misma situación, ¡la mayoría nos hubiéramos enojado y dejado el ministerio! Hubiéramos levantado nuestras manos disgustados, diciendo: “¿Cuál es el problema con este grupo de gente tan ignorante? ¿No saben que Dios está moviéndose en medio de ellos? ¿Están escuchando algo de lo que les digo? ¡Me doy por vencido, no continuaré perdiendo mi tiempo con ellos!”

Pero, Jesús hizo lo mismo que cuando fue a la tumba de Lázaro. ¡Ésa sí que fue una gran batalla espiritual! Para el momento en el que Jesús llegó, Lázaro ya estaba momificado. Los químicos con los que lo habían embalsamado ya estaban actuando en su cuerpo, y como si eso fuera poco, había estado muerto por cuatro días, con lo cual su cuerpo estaba empezando a descomponerse.

Se necesitaba un milagro mayor para resucitar a Lázaro.

Sabemos por las escrituras que Jesús ya había orado por esta situación. Él había recibido dirección del Padre antes de llegar a la escena. Pero, cuando el momento de la verdad llegó, se paró en frente de la tumba rodeado por una multitud que no creía, y la primer cosa que dijo fue: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado» (Juan 11:41).

¿Por qué dijo eso? Porque conocía bien la PALABRA de Dios. Él sabía que Salmos 8:2 dice: «Las alabanzas de los niños de pecho son tu mejor defensa contra tus enemigos; ellas silencian a tus vengativos adversarios».

En la tumba de Lázaro, Jesús estaba enfrentado a una de las armas más siniestras de Satanás—la muerte. Este enemigo estaba jactándose y fanfarroneándose por su triunfo. Estaba provocando a la multitud, adolorida y en duelo, desafiándolos a romper sus cadenas.

Jesús aceptó el desafío. Pero antes de hacerlo, puso su arma más grande en posición. Usó un arma que las escrituras nos garantizan silenciará cada enemigo de Dios—el arma de la acción de gracias y la alabanza.

 

No sólo acción de gracias. También usa tu fe.

Tú puedes hacer lo mismo. Por ejemplo: cuando vas a orar para que alguien sea sanado, has cargado tu pistola de la fe y tu rifle de la oración afirmada en la PALABRA, pero justo antes de entrar en el cuarto del hospital para imponerle tus manos a esa persona, también carga tu cañón. Empieza a darle gracias a Dios, diciendo: “Padre, te agradezco que ya me has oído, y entro a este cuarto en victoria. ¡Te agradezco que esta obra ya ha sido hecha y que esta persona es sana!”

No esperes hasta que veas la persona levantarse. Dispara tu arma de acción de gracias antes de ir. Detén al enemigo y al vengador, neutralizándolo antes —no después— de que el milagro ocurra.

Por supuesto, eso requerirá de fe. Cualquiera puede dar gracias después de que Dios actúa. Sin lugar a dudas, todos los incrédulos que estaban alrededor de la tumba de Lázaro empezaron a dar gracias y alabanzas a Dios después de que su amigo ya muerto salió caminando con su atuendo de entierro. Pero Jesús dio gracias por adelantado, y eso es lo que debemos hacer si nosotros vamos a ver el poder milagroso de Dios en nuestras vidas.

Nosotros debemos hacer algo más que dar gracias después de recibir la respuesta a nuestras oraciones.Debemos dar gracias antes de recibir la respuesta, como un acto de fe. Eso significa que debemos aprender a agradecerle a Dios en el medio de lo que puede parecer como la situación más terrible y desesperanzadora. Debemos darle gracias a Dios cuando pareciera que el diablo ya ha ganado la batalla.

¿Cómo lo hacemos? Sabiendo lo que la Biblia dice. Sabemos que, sin importar cómo lucen las cosas, el diablo no ha ganado la batalla. Jesús lo derrotó de una vez por todas hace más de dos mil años. Y si nosotros nos atrevemos a levantarnos en Su victoria y dar gracias, nosotros podemos ganar todas las veces.

 

No desentierres tu semilla

También nos podemos encontrar recibiendo respuestas maravillosas a nuestras oraciones. Lee los siguientes versículos acerca de la oración, y rápidamente verás porqué.

«Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá» (Marcos 11:24). «No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Filipenses 4:6).

Al combinar esas dos escrituras, puedes ver cómo la oración y la acción de gracias trabajan juntas. Cuando oramos, creemos que recibimos lo que pedimos. Luego, demostramos nuestra fe dando gracias—¡no después, sino antes de que veamos la respuesta!

Leamos 1 de Timoteo 2:1-3: «Así que recomiendo, ante todo, que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernantes y por todas las autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador» (NVI). La acción de gracias está justo en el medio de las plegarias, la oración y la súplica.

Si fallamos en seguir este concepto de oración, el diablo nos confundirá. El día siguiente a nuestra oración —cuando la presión haya aumentado y luzca como que todo el infierno anda descontrolado— él nos tentará para que abandonemos nuestra confianza. Pensaremos: Probablemente Dios no me escuchó ayer cuando oré. Será mejor que haga esa oración de nuevo.

Así que empezaremos de nuevo. Oraremos la oración de fe. Creeremos que ya hemos recibido. Sin embargo, al día siguiente las cosas lucirán aún peor, así que terminaremos volviendo a orar esa oración una vez más…una vez más… y otra vez más.

¿Te das cuenta lo que estamos haciendo? ¡Estamos desenterrando nuestra semilla de fe! Al pensar que no está funcionando, la sembramos un día y la desenterramos al siguiente.

Tú sabes tanto como yo que, si tratas a una semilla natural de esa manera, nunca crecerá. Nunca producirá fruto alguno.

Bueno, lo mismo es cierto con una semilla espiritual. Debes dejarla en la tierra y darle tiempo para crecer. Debes protegerla, cuidarla y regarla con la PALABRA, hasta que brote.

Una vez que haces tú petición ante el Señor, cree que recibes y dale gracias. Si te levantas a la mañana siguiente y la situación no ha cambiado, di: “no me muevo por lo que veo, no me muevo por lo que escucho. ¡Me muevo por lo que creo, así que te doy gracias, Padre, por responder a mi oración!”

 

Carga tus armas

Cuando actúas de esa manera, estás obedeciendo las instrucciones que Dios nos dio en Colosenses 4:2: «Dedíquense a la oración, y sean constantes en sus acciones de gracias».

Estás protegiendo tu oración, para asegurarte de que el diablo no venga y se robe la respuesta. Eres como un guardia de seguridad que contínuamente detiene al enemigo y al vengador con su arma poderosa de la acción de gracias y la alabanza.

Podrías preguntarte: “Pero hermano Copeland, ¿realmente funciona?”

Absolutamente. Yo lo he visto funcionar milagrosamente en mi vida cantidades de veces. Por ejemplo: en agosto del 2000, oré con otros ministros de Dios que impusieron sus manos sobre mí, y creí que recibía restauración en mi espalda, la cual se había lastimado a través de los años por lesiones de fútbol americano, un accidente de tránsito y una caída de caballo. Mi espalda se había deteriorado a tal punto, que tenía un dolor insoportable.

En esa área específica de mi cuerpo, necesitaba que se cumpliera Salmos 103:5. Necesitaba que mi juventud se renovara como la del águila. Y como ése es uno de los beneficios que Dios promete en su PALABRA, lo creí y lo recibí ese mismo día.

Pero la manifestación completa no vino instantáneamente. Mi restauración completa ha sido un proceso.

Los años siguientes, algunos días me subía a la caminadora y después de unos pocos minutos, me dolía tanto que ¡clamaba a Dios!, pero aún así continúe diciendo: “SEÑOR, te agradezco por un cuerpo libre del dolor, te agradezco porque el 1º de Agosto del 2000 a las 7:20 pm recibí la restauración de mi espalda. Te agradezco que la obra está terminada en el Nombre de Jesús. ¡Soy un hombre libre, soy libre del dolor de espalda!”

Dios quiere hacer lo mismo por ti. La sanidad te pertenece. El desea liberarte y responder a tus oraciones. Él está viendo cada obra del diablo en tu vida, y quiere destruirla.

Así que, carga tus armas. Trae el cañón de la acción de gracias al campo de batalla. Mantén tus ojos en Jesús y «por tanto, ofrezcamos continuamente mediante Él, sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan (alaban) Su nombre» (Hebreos 13:15, NBLH).

¡Él ha ganado la victoria—recíbela ahora mismo!