«El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo.
Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y
no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos»
(1 Juan 2:10-11).
¿Alguna vez ha sentido como si tropezara en la oscuridad intentando encontrar el plan de Dios para su vida?
Todos nos hemos sentido así algunas veces. Hemos atravesado situaciones en las que no pudimos distinguir con claridad la dirección del Espíritu Santo, y sentimos que andábamos en la oscuridad tratando de encontrar la luz. Cuando nos encontremos en esa situación, analicemos nuestra vida de amor; pues quizá sin darnos cuenta, nos hemos apartado del amor y hemos caído en contienda con los demás. Y como resultado, nuestra visión espiritual se ha nublado; pues la contienda ha cegado nuestros ojos.
Tal vez usted diga: “Pensé que eso sólo le sucedía a las personas que odian a sus hermanos, y yo no odio a nadie”.
Pero no debe basarse en su definición. Pues la definición bíblica de odio es más amplia que la nuestra. De acuerdo con las Escrituras, si tenemos algo en contra de nuestro hermano, nuestras oraciones serán estorbadas (Marcos 11:25). Si guardamos rencor, falta de perdón o tenemos malas intensiones en contra de alguien; nos salimos la senda del amor, y entramos a la senda del odio.
He descubierto que no son los grandes conflictos los que me hace tropezar. Pues cuando tengo un problema grande con alguien, busco al SEÑOR lo suficiente hasta estar segura de que la actitud en mi corazón hacia esa persona es la correcta. Son las mínimas molestias las que me causan problemas. Es la actitud que demuestro ante la mesera que me sirvió mal lo que ordené, y al parecer ni siquiera le importa. Es el enojo al que cedo, cuando llena de ira le bocino al joven que sin prestar atención se metió a mi carril en la carretera. Es el tono fuerte de voz que utilizo con la persona que llama por teléfono, para ofrecerme productos e interrumpe mi noche… nuevamente.
Cuando ignoramos esas pequeñas actitudes y ofensas, éstas empiezan a acumularse y a obscurecer la iluminación del Espíritu en nuestro interior. Contristan al Espíritu Santo, y ahogan el fluir del amor hasta que poco a poco vamos perdiendo el poder espiritual. Por lo general, ni siquiera sabemos cómo llegamos a esa condición. Nos enteramos a que punto hemos llegado hasta el momento en que oramos, y no recibimos la respuesta a nuestras oraciones. Y tampoco podemos sentir la dirección de Dios.
No caiga en esa trampa. Cuide con mucha diligencia su corazón en los grandes problemas —y también en los pequeños—. Cuando sienta que se está alejando del amor, y está acercándose a la ira y a la contienda; deténgase y arrepiéntase. Luego, haga algo bueno. Edifique a esa persona al declarar palabras de BENDICIÓN sobre su vida. Salga de las tinieblas, y vuelva al amor; a fin de que la luz de Dios pueda seguir brillando en usted.