«Así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.»
(Efesios 5:25-27)
La fuente interior de la PALABRA y del Espíritu no solamente mantendrá el amor fluyendo y creciendo, sino también lavará las manchas e imperfecciones que estropeen su vida espiritual. Removerá las actitudes y las acciones que sean incompatibles con su vida de amor.
Por supuesto, para que eso suceda, usted tendrá que proponerse en su corazón escuchar la voz de Dios de manera personal, y no leer su Biblia de forma religiosa e ignorar lo que ésta enseña. De modo que cuando Dios le diga algo, usted ya habrá establecido en su mente que en lugar de argumentarle algo al respecto, usted estará de acuerdo con Él y hará los cambios necesarios.
Algunas veces no es fácil, en especial cuando usted cree que está en lo correcto. Por ejemplo, una mujer cristiana estuvo enojada con su esposo no cristiano por muchos años, y sentía que su manera de actuar era justificable. Pues él no quería ir a la iglesia, y ella sí. Él le hablaba con rudeza, y ella quería que fuera más amable. Él bebía y fumaba, y ella le pedía que dejara de hacerlo. Como resultado, ella constantemente lo criticaba, y despertaba la contienda en su hogar.
Un día, ella estaba leyendo la PALABRA, y se encontró con Filipenses 4:8: «…Todo lo que es verdadero, todo lo honesto… justo… puro… amable… todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad».
De inmediato, supo que el SEÑOR quería que ella dejara de enfocarse en las cosas malas que hacía su esposo, y en lugar de ello, meditara en la cosas buenas que él hacía. Ella pensó: “¡O no, si lo hago, él nunca cambiará!”.
El SEÑOR le respondió: No es tu trabajo cambiarlo, tu trabajo es amarlo.
De la misma manera en que ésta mujer estuvo de acuerdo con la Palabra, y le pidió al SEÑOR que la ayudara a cambiar sus pensamientos; ella empezó a ver lo bueno que hacía su esposo. Se enfocó en el hecho de que él trabajaba duro, era generoso con su dinero y suplía las necesidades de su familia. Aunque él no asistía a la iglesia, dejaba que su familia asistiera, y hasta les cocinaba la cena los domingos.
En poco tiempo, las cosas empezaron a cambiar. Ya no hubo más discusiones, y a pesar de que su esposo no era salvo, la paz reinaba en su hogar. Una vez que ella dejó que la PALABRA cambiara su actitud, descubrió que podía amar a su esposo tal y como él era. Descubrió que aunque las circunstancias no eran perfectas, con las manchas e imperfecciones lavadas, su vida podría ser una hermosa imagen del amor.