Después de la crucifixión, el cuerpo de Jesús fue colocado en un sepulcro, y Su espíritu fue al infierno. Allí Jesús sufrió todos los castigos que nosotros teníamos que padecer. La sumisión de Jesús a la muerte fue total. Él la sufrió en su totalidad, a fin de que la humanidad jamás tuviera que ser castigada (2 Corintios 5:21).

¡Qué gran sorpresa recibió el enemigo! Pues pensó que había obtenido la victoria cuando Jesús llegó al infierno. Pero entendió que el infierno ¡no podía contener la justicia del Hijo de Dios! Jesús tenía la naturaleza sin pecado de Su Padre Dios, y no cometió pecado. Por lo tanto, no merecía ser castigado. Satanás, la muerte y el infierno no pudieron retenerlo (Hechos 2:24). El Espíritu Santo resucitó a Jesús del infierno y de la tumba por el poder de Dios.

Satanás, pensó que había ganado, pero al final se convirtió en el perdedor. Jesús salió victorioso sobre el pecado, el infierno y la muerte (Apocalipsis 1:18). Una vez que Jesús completó el trabajo que debía hacer, no hubo nada que el infierno pudiera hacer para retenerlo (Hechos 2:31). Jesús despojó a Satanás de su poder sobre la muerte (Hebreos 2:14-15). ¡Ahora, podemos aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador; y vivir con Dios por la eternidad y nunca más volver a separarnos de Él!