«Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe
mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en
cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió»
(Hechos 7:59-60).
En los momentos importantes de nuestra vida, todos deberíamos estar viviendo en amor. Tendríamos que obtener la victoria en esos momentos en que la presión surge y todos nos observan. Deberíamos ser como Esteban y, en la hora crucial cuando nos encontremos en la batalla más grande de nuestra vida, finalizar cubiertos de gloria. Ninguno desea que en momentos de tensión como esos, nuestras palabras sean motivo de persecución: “¡Ustedes cretinos! ¿Por qué me hacen esto? Espero que un día alguien los apedree ¡para que sepan cómo se siente!”.
Esas palabras habrían ocasionado que Hechos 7 tuviera un patético final. Pero gracias a Dios, Esteban no las pronunció. Él estaba preparado para esa hora de dolor y presión, estaba lleno del Espíritu Santo, lleno de gracia y lleno del amor de Dios. No tuvo tiempo para preguntarse: “¿Qué dijo Jesús cuando estaba siendo crucificado?”. No tuvo tiempo de pensar en nada, porque le estaban lanzando piedras a la cabeza.
No, en el momento que Esteban habló, expresó lo que abundaba en su corazón. Él expresó palabras llenas de amor: «No les tomes en cuenta este pecado».
¿Sabe por qué pronunció él esas palabras? Porque era un hombre que acostumbraba a vivir en amor. Pasaba sus días sirviendo a los demás, atendiendo mesas y repartiendo alimentos en la iglesia. Él le servía la gente tanto en lo natural como en lo sobrenatural. Permaneció tan lleno del Espíritu Santo y de fe que realizó grandes obras y milagros entre el pueblo..
En ocasiones, sobre-espiritualizamos a hombres como Esteban, y desconocemos que ellos han tenido que vivir en amor; al igual que nosotros debemos hacerlo. Esteban no flotaba en una esponjosa nube, realizando maravillas mientras las personas aplaudían. Para nada, lo más probable era que trabajaba en la “cafetería” con sus mangas arremangadas, sirviéndole pan sin levadura a la gente y oraba por su sanidad mientras comían. Quizá debía levantarse temprano y quedarse despierto hasta tarde para poder atender a todos. Esa clase de vida es el sello de un hombre que vivió en amor.
No me sorprendería saber que cuando comenzaron a lanzarle piedras, él ya estuviera preparado. Cuando la presión surgió, y todo el cielo y el infierno observaban, Esteban respondió con la compasión de Jesús; y dejó un legado que perduró miles de años. Él observó cómo se abrieron los cielos, y fue acogido por la gloria de Dios; y finalmente llegó a los brazos de su Maestro. Ahí descansó de las manos de sus perseguidores, y tuvo un gran final de amor.