«…también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes…»
(Romanos 5:2)
Cuando la gente vino a Jesús, y le preguntó: «…¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado» (Juan 6:28-29). En todo el Antiguo Testamento, en cada hazaña poderosa que se llevaba a cabo, cada vez que la misericordia del Señor se desbordaba ante una situación, y cada vez que ocurría un milagro: alguien tuvo que haber ejercido su fe. Alguien debía creerle a Dios lo suficiente para actuar conforme a Su Palabra y abrir la puerta.
Eso me sucedió el día que nací de nuevo. Leí Mateo 6:26 en donde se menciona que el Señor se preocupa por las aves del cielo, entonces la fe agitó mi corazón. Yo no poseía ningún conocimiento acerca del nuevo nacimiento; sin embargo, al realizar mi confesión de fe, abrí sólo una rendija de la puerta y la misericordia del Señor inundó mi corazón, y éste fue transformado para siempre.
Hoy en día, sucede lo mismo. Dependiendo de cuánto abra la puerta de la fe, así será la misericordia y la bondad de Dios que fluirán en su vida. Él llenará cada pulgada de su ser que usted le entregue.
El Señor sí está dispuesto, Él desea ansiosamente bendecirlo y derramar Su misericordia sobre usted. Él posee infinidad de beneficios que provienen de la salvación, y anhela inundarlo con éstos.
Cuando me refiero a la palabra salvación, no sólo estoy hablando de un pasaporte para ir al cielo. La salvación conlleva libertad. Pero ¿de qué? De la opresión, de la pobreza, de la enfermedad, del peligro, del temor, o de cualquier otra cosa de la que necesite ser liberado.
Salvación también significa: “Bienestar, protección, libertad, salud y restauración”. ¡Alabado sea Dios!
En Salmos 68:19, leemos que el Dios de nuestra salvación nos colma a diario de beneficios. Cada día, cuando se levante por la mañana, debería comenzar agradeciéndole al Señor por la salvación que recibirá. Es necesario que empiece a abrir la puerta de la fe. Y no sólo una pequeña rendija; es más, ¡quite las bisagras!
Declare: Señor, aquí estoy. ¡Derrama Tus bendiciones sobre mí!
Eso hicimos Kenneth y yo. No lo tomamos a la ligera, después de escuchar acerca de esos beneficios, nos sumergimos en ellos ¡Y nunca hemos dejado de tomarlos en serio!