«Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.»
(1 Juan 4:4)
Como creyentes, debemos amar a las personas heridas y necesitadas.
Observe que dije amarlas —no tenerles lástima—. El amor y la lástima son dos cosas muy distintas, es más no tienen relación entre sí. La lástima es un sentimiento de compasión que surge de la mente humana y de las emociones. Una manera de expresar lástima es: “Lo siento mucho por ti. Desearía poder hacer algo para ayudarte”. La lástima suena hasta dulce, pero carece del verdadero poder para ayudar. La lástima sólo está de acuerdo con la desesperanza de la situación.
No obstante, el amor va de la mano con la fe, va ante Dios y ora: “SEÑOR, ¿qué quieres que haga en esta situación? Tú eres el Gran Yo Soy y habitas en mi interior, así que úsame para ejercer Tu poder, y cambiar esta situación”.
Nunca olvidaré la primera vez que obtuve esa revelación del amor. Sucedió cuando trabajaba como piloto para el hermano Oral Roberts. Era la primera vez que lo llevaba a una reunión, y él me asignó que lo ayudara con el ministerio de sanidad.
Cuando ingresé al salón donde se realizaba la reunión, me sentí completamente abrumado. Había casi mil personas ahí, y la mayoría estaban enfermas —y muchas estaban desahuciadas—. La atmósfera estaba saturada por el temor y la opresión que producen esas enfermedades.
Le eché un vistazo al lugar, me di la media vuelta y me fui. Estaba tan asustado, que decidí regresar a casa. Sin embargo, cuando mis pies tocaron la acera, el SEÑOR me detuvo. El pegó literalmente mis pies al pavimento, y le pregunté: «¿Qué quieres de mí?».
Me gustaría saber, ¿a dónde crees que vas? —me respondió—.
«SEÑOR, sabes bien a donde voy, me dirijo a casa. Es terrible lo que hay ahí dentro, yo no tengo nada que ofrecerles a esas personas».
Y con la fuerza para casi tirarme al suelo, me respondió: Kenneth, sé que no tienes nada que ofrecerles —¡PERO YO SÍ!—. Esa fue la razón por la que te bauticé con el Espíritu Santo. Lo hice para que tuvieras Mi poder a tú disposición para ayudar a los necesitados, y para que pudieras destruir ¡las obras del diablo en la vida de personas como ellos!
De pronto, una escritura surgió de mi corazón: “…mayor es Él que está con ustedes…”. Y me di cuenta que no tenía que sentir lástima por las personas, sino amarlas con el poder de Dios. Yo tenía en mi interior el poder que cambiaría su situación.
Regresé y entré a ese lugar con tanta seguridad, como nunca antes la había experimentado. Cuando entré vi la sanidad de los enfermos, la liberación de los oprimidos y la manifestación de milagros. Fui testigo de lo que el poder del amor puede realizar.