«Pero tú, hombre de Dios… Presenta la buena batalla de la fe...»
(1 Timoteo 6:11-12)
Cuando te encuentres entre la espada y la pared, no le ruegues a Dios que derribe la pared por ti. Así no es como Él obra. Dios te dará el plan. Te dará el poder, y te garantizará la victoria. Pero serás tú, no Él, el instrumento que Dios utilizará para hacer lo que Él quiere. Sin embargo, deberás extender tu mano al declarar la Palabra y ponerla en práctica, aún cuando las circunstancias estén en tu contra.
Hace 42 años, Dios me dio una revelación impresionante por medio de una visión que tuve en Beaumont, Texas. Estaba orando, preparándome para ministrar en el servicio, cuando de repente me vi de pie en el púlpito de la iglesia. Al mirar hacia arriba vi un dragón ―horroroso― metiendo su cabeza por la puerta de la iglesia.
A medida que entraba, su cuerpo se expandía como un globo, invadiendo todo el lugar. El dragón lanzaba fuego y humo. Cuando en la visión dirigió el fuego hacia mí ¡casi me quemó la ropa!
Mientras caía al suelo vi a Jesús cerca de mí con una espada en Su mano. ¿Por qué Jesús no hace algo?, pensé. ¿No puede ver que me están hiriendo?
Pero Jesús ni se movió. Sólo se limitó a fruncir el ceño. Noté que estaba bien molesto conmigo. En la Biblia leemos que Dios no estaba complacido con aquellos que se quedaron derrotados en el desierto (1 Corintios 10:5). A Él tampoco le agradó verme tendido en el suelo, derrotado.
Fue entonces cuando me ofreció la espada, apuntando hacia el dragón. Su rostro me decía: ¡levántate!
Extendí mi mano para tomar la espada, y un instante antes de tocarla, Jesús la soltó.
La espada quedó suspendida en el aire. La tomé y comencé a ponerme de pie. No sólo se mantuvo firme en el aire, ¡sino que empezó a elevarme!
Cuando me incorporé, toqué el mentón del dragón con la espada y al hacerlo, el dragón se partió a lo largo. Pude ver con mis propios ojos al dragón partido en dos. Con asombro, observé la espada. ¿Por qué no la había usado antes?, pensé.
No esperes que Dios mate al dragón de tu vida. Tienes a tu alcance la espada del Espíritu: la Palabra invencible del Dios viviente. ¡Tómala y comienza a utilizarla!
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