«Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.»
(Hebreos 11:1)
Cuando se dé cuenta de lo mucho que Dios lo ama, más se enamorará de Él. Y deseará con todo su corazón BEDECIRLO. Valorará lo que le ha dado y comenzará a buscar formas de compensarlo.
Aunque, Dios continuará dándole, habrá ocasiones en las que mientras usted esté adorándolo y diciéndole lo mucho que lo ama y desea servirle. Él lo interrumpirá justo en medio de su adoración para pedirle que realice algo: ¿Recuerdas lo que dije acerca de que Mi pueblo debería vivir en buenas casas? Pues quiero que sepas que tengo una buena casa para ti. Es mucho mejor de la que tienes ahora, y anhelo que la obtenga.
Cuando usted se encuentra en la atmósfera del amor, no es difícil tener fe en promesas como ésa. Tampoco es difícil creer en la PALABRA de Dios. Usted no tiene que luchar ni estresarse. Sólo regocíjese y diga: ¡Gracias, SEÑOR! Yo valoro esa promesa. Comenzaré a empacar mis cosas hoy, así estaré preparado ¡cuando sea el momento de mudarme!
Algunas personas piensan que esa clase de fe es rara o extrema. Sin embargo, esa clase de fe es perfectamente razonable entre aquellos que se aman y confían entre sí. Incluso en el mundo natural, sucede de esa forma.
Por ejemplo, digamos que usted tiene un hermano mayor que siempre lo amó y lo cuidó mientras crecía. Siempre estuvieron ahí el uno para el otro, contra viento y marea. Ambos realizaron siempre sacrificios el uno por el otro, y siempre cumplieron su palabra entre ustedes.
Supongamos que, con el tiempo su hermano se vuelve multimillonario. Un día, lo llama y le dice: “Hola, sólo quería que supieras que compré la casa al otro lado de la ciudad, la que te gustaba tanto. Sabía que te interesaba, y pensé que sería divertido comprártela. Firmaré los papeles mañana y le pediré al agente inmobiliario que te visite y te entregue las llaves”.
¿Cómo respondería usted? Gritaría, saltaría y le contaría a sus amigos. Y se comportaría como una persona ¡que acaba de recibir una casa nueva!
Quizá alguien pregunte: “Y ¿cómo sabe que esa casa le pertenece? ¿Ya vio los papeles? ¿Tiene las llaves en su mano? Quizá la voluntad de su hermano no sea regalarle esa casa. ¿Cómo puede estar seguro?”.
Usted podría responderle: “Mi seguridad radica en el amor que mi hermano y yo nos tenemos el uno por el otro. Y él nunca me ha mentido. Por tanto, si él me dio su palabra, ¡esa casa es prácticamente es mía!”.
Así de simple puede ser creer y recibir las promesas del Señor. En la atmósfera del amor, ésa es la única forma razonable de actuar.