«Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.»
(Efesios 6:10-11)
La mayoría de personas no se percata de que en estos versículos se señala poderosamente la ceremonia del pacto de sangre. Pues cuando se habla de este tema, lo único que viene a su mente es la época cuando las personas que deseaban efectuar un pacto, asesinaban a un animal, se paraban en la sangre de éste, y se realizaban promesas entre sí. Por ejemplo, sobre esa sangre se juraban utilizar cualquier arma y recurso de poder que tuvieran a su disposición para protegerse.
Básicamente se decían el uno al otro: “Ya no estás limitado por tu propia fuerza porque ahora estamos juntos. Mi fuerza es tu fuerza. Y mi poder es tu poder”. Entonces, como una demostración de ese pacto, intercambiaban sus armas y sus armaduras.
Ésa es la imagen que nos viene a la mente cuando leemos acerca de permanecer en el pacto y colocarnos la armadura de Dios. Debemos pensar en el pacto de amor que Dios estableció con nosotros por medio de la sangre de Jesús. Deberíamos vernos a nosotros mismos permaneciendo sobre esa preciosa sangre y recibiendo las armas del Dios todopoderoso, mientras nuestro Hermano de Pacto, el SEÑOR Jesucristo nos declara: “Se me ha entregado todo el poder y la autoridad en el cielo y sobre la Tierra. Por tanto vayan… y Yo estaré con ustedes. Todo el que se levante en contra de ustedes tendrá que enfrentarse conmigo. ¡Así que sean fuertes en Mí y en el poder de Mi fuerza!”.
Cuando comencemos a pensar de esa manera, el diablo huirá de nosotros. Retrocederá y dirá: “Siento mucho haberte molestado. En realidad no quise hacerlo. Por favor, guarda esa espada y prometo que me iré”.
Sólo existe una cosa que asusta al diablo más que un creyente que comprende el poder y los privilegios de su pacto con Dios. Y es, un creyente que entiende que sus hermanos y hermanas en el SEÑOR permanecieron en esa sangre con él cuando el pacto fue establecido. Éste es un cristiano que sabe que así como este pacto de amor nos hizo uno con Jesús, nos hace uno con los demás.
Un creyente con esa revelación, no puede estar en contra de su hermano en Cristo más de lo que podría estar en contra del mismo SEÑOR Jesús. No puede criticar a ese hermano y llamarlo su enemigo una vez que han permanecido juntos en el pacto de sangre. ¡Simplemente no puede hacerlo! Para Él no hace ninguna diferencia la apariencia, el pasado, la cultura o la denominación de ese hermano; porque la sangre del Cordero se encuentra entre ellos, y ¡ésta vence todo lo demás!
El diablo tiembla sólo de pensar en esa sagrada alianza. Ésa es su peor pesadilla. Y a medida que avancemos hacia una mayor revelación de nuestro pacto de amor, será una pesadilla que de seguro ¡se hará realidad!