«Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos.»
(Mateo 14:14)
Los cálidos sentimientos y las buenas emociones no son malos. Cuando atravesamos por alguna necesidad, nos sentimos bien cuando llega alguien afectuoso y con cálidos sentimientos hacia nosotros, pero lo apreciamos aún más cuando esas emociones motivan a las personas a ayudarnos.
Por esa razón la compasión de Dios es tan maravillosa. No solo es un sentimiento pasivo, ni tampoco una emoción que lo hace sentir pena por nosotros cuando nos han herido. No, la palabra compasión se usa en la Biblia como una palabra activa; la cual describe un profundo y ansioso anhelo que obliga a que Dios actúe a nuestro favor.
Vemos ese hecho claramente ilustrado en la vida de Jesús, las Escrituras en repetidas ocasiones nos enseñan que Dios fue “movido por compasión”. Y cuando la compasión de Dios era movida por medio de Jesús, se suplían las necesidades. La compasión hizo que Jesús alimentara a multitudes que se encontraban hambrientos, que sanara al enfermo, que echara fuera los demonios y hasta resucitar a muertos.
Ese tipo de compasión es el mismo que Dios tiene por usted. Es la clase de amor que usted tanto anhela para ser libre y BENDECIDO. La compasión fue la que motivó a Dios a enviar a Su Primogénito a morir por usted, también lo motivó a enviar a Jesús para pagar por sus pecados, por sus enfermedades y por sus dolencias, a tomar el castigo que usted merecía; a fin de que usted obtuviera justicia para su espíritu, paz para su alma y sanidad para su cuerpo.
Quizás usted diga: “Sé que lo hizo, pero lo llevó a cabo por todo el mundo, no sólo por mí”.
Eso es cierto, sin embargo, Su compasión es tan personal y tan fuerte que si usted hubiera sido el único en todo el mundo que deseaba recibirlo, aun así Dios habría enviado a Jesús a morir en la cruz sólo por usted.
Hace algunos años, Kenneth y yo nos encontrábamos grabando un programa de televisión navideña; y meditaba acerca del amor de Dios. Mientras hacíamos la invitación, el Espíritu Santo me expresó lo siguiente: No estás en el mundo sin un Salvador. Éstas eran buenas nuevas para nosotros cuando aún éramos pecadores y necesitábamos nacer de nuevo. Pero aún son buenas nuevas para nosotros hoy. Jesús sigue siendo nuestro Salvador. Cuando lo buscamos en fe, la compasión de Dios se moverá a través de Jesús en nuestra vida para sanarnos, libertarnos y ayudarnos. ¡La compasión aún está haciendo que Dios supla todas nuestras necesidades!