«Dándole gracias al Padre, quien nos hizo aptos para formar parte de la herencia que le corresponde a Sus santos (Su pueblo santo), quienes están en luz.»
(Colosenses 1:12, AMP)
Una de las revelaciones más difíciles de asimilar para los creyentes, es el hecho de que califican para recibir LA BENDICIÓN de Dios. Un sentimiento de indignidad los persigue a menudo, impidiéndoles recibir la gloriosa herencia que Dios ya les dio. Simplemente piensan que no la merecen.
Ellos afirman: “Creo que nunca seré lo suficientemente digno para recibir la bondad de Dios. No soy nada más que un pecador salvo por gracia”.
Suena como humildad, pero la verdad es que cualquier cristiano que se rehúse a creer que es digno de su herencia espiritual, se está rehusando a creer en la Palabra. Pues en ella, se nos enseña con claridad que somos dignos. Se nos ha dado la aptitud de recibir LA BENDICIÓN de Dios. Además, en la PALABRA se nos enseña que somos santos y amados por Dios.
Por supuesto, eso no se debe a nada maravilloso que hayamos hecho. Cada persona que ha habitado este planeta, excepto Jesús, ha pecado y está destituida de la gloria de Dios. A pesar de realizar nuestros mejores esfuerzos, antes de ser salvos éramos tan imperfectos que no podríamos hacer nada que nos hiciera merecedores de Él.
Sin embargo, gracias a Dios, ¡Él no permitió que siguiéramos en esa condición de falta de dignidad! Dios envió a Jesús para liberarnos del sentimiento de indignidad. Lo envió para que viviera en perfecta dignidad, y más tarde llevara sobre Él nuestros pecados. “Dios hizo que Jesús quien no conoció pecado, se hiciera pecado por nosotros, a fin de que fuéramos la justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21, NAS).
Cada vez que piense en sí mismo, debe verse como alguien digno, pues usted está en Jesús. Él es más que digno… ¡y usted está en Él! Además, en Juan 17:23 se nos enseña que Dios nos ama tanto como ama a Jesús. Por sorprendente que parezca, el Padre hará por usted ¡todo lo que hizo por Él!
Hace años, Kenneth visitó a uno de nuestros amigos, un ministro que posee ese mismo tipo de revelación acerca del amor. Él era la persona más gozosa y amorosa del mundo. En una oportunidad, Kenneth le llamó: “El apóstol del amor”. Una noche, cuando él y Kenneth salieron de una reunión de oración, observaron el cielo lleno de millones de estrellas. Y él expresó: “Mi papá hizo esas estrellas sólo para mí”.
Con los años, a medida que comprendimos a profundidad el amor de Dios, nos dimos cuenta de que nuestro amigo estaba en lo correcto. Y entendimos que en Jesús, somos dignos de cada cosa buena que el Padre nos ha provisto… y al igual que nuestro amigo, podemos decir con valentía: «¡Él hizo todas las cosas sólo para mí!».