«Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.»
(Efesios 6:16-18)
La armadura espiritual que Pablo describe en Efesios 6, tiene como fin equiparnos para la oración. Él nos instruye a ponernos el cinturón de la verdad, la coraza de justicia, el apresto del evangelio y el yelmo de la salvación, alzando el escudo de la fe y la espada del Espíritu — ¡orando siempre… por todos los santos!—.
Muchos cristianos pasan por alto ese último paso. Con entusiasmo, se han colocado su armadura espiritual y han tomado sus armas. Pero lo han hecho para obtener sus propias victorias personales, en lugar de hacerlo para obtener la victoria en favor de un hermano.
Aunque, no hay nada de malo en orar por nosotros mismos, no deberíamos conformarnos con orar de esa manera. Es necesario que oremos por la sanidad, la liberación y prosperidad unos de otros. Cuando oramos de esa forma, levantamos un muro espiritual contra el cual Satanás no puede hacer nada. Jesús enseñó que si dos de nosotros nos ponemos de acuerdo en cualquier cosa que pidamos, nos será hecha por nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 18:19). Al orar los unos por los otros, activamos esa ley espiritual y con toda seguridad obtendremos los resultados.
Dios jamás pretendió que utilizáramos nuestro escudo de fe sólo para nuestra propia protección. Él deseaba que uniéramos nuestros escudos para el bien común. Los escudos romanos, en los tiempos de Pablo, tenían ganchos a los lados. Cada escudo superaba en tamaño a una persona y llegaban hasta la parte inferior. Cuando los soldados enfrentaban serios ataques, apoyaban sus escudos en el suelo y los enganchaban para formar una sólida barrera de protección.
Eso es lo que nosotros, como creyentes, debemos realizar por medio de la oración. Debemos unir nuestros escudos de fe y comprometernos a pelear unos por otros. Tenemos que ir a la batalla como hermanos de pacto, y confesar: Permaneceré aquí tanto como pueda y usaré cada arma que Dios me ha entregado para mantener al diablo alejado de ti. Ambos hemos nacido del mismo Espíritu y fuimos comprados con la misma sangre. Pelearé con más violencia por ti en oración que por mí, porque te amo de la misma manera que Dios me ama a mí.
Cuando utilizamos las armas de nuestra milicia con esa actitud, al diablo le será difícil enviar algo en contra de nosotros. Todo el tiempo nos cuidaremos unos a otros. No importa qué área de la iglesia ataque el diablo, encontrará a alguien orando y empuñando la espada del Espíritu en su contra. También hallará una muralla sólida de fe que no podrá derribar ni atravesar. Y el ejército del amor lo derrotará por completo.