«Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios… Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande. Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte?... Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo.»
(Éxodo 32:7-8, 10-14)
No piense que por vivir en amor jamás se enojará. Pues Dios mismo se enojó por la maldad y la injusticia, y Él siente lo mismo que nosotros ante esas situaciones. Ahora bien, la diferencia entre Su enojo y el nuestro, es que el de Él es mucho más grande, sin embargo, Dios no peca cuando se enoja como lo hacemos nosotros. Él jamás pierde el control. A medida que crezcamos en amor y en otros frutos del espíritu (como la templanza), tampoco perderemos nuestro temperamento. Como leemos en Efesios 4:26, nos enojaremos pero no pecaremos.
La naturaleza de Dios hace también que Él fácilmente sea amable (Santiago 3:17). Él está dispuesto a dejar Su enojo, aunque tenga la razón y sea justo que se moleste. También está dispuesto a dejar Su ira y a perdonar sólo porque Sus amigos de pacto se lo piden. Por ejemplo, en este caso, el amor de Dios por Moisés causó en Él que tuviera misericordia de los israelitas, aunque no la merecían ni se la pidieron en ese momento.
Al hacer eso, Él nos dio el ejemplo. Nos reveló cómo debemos tratar a aquellos que provocan en nosotros, no sólo enojo, sino también indignación justa. Debemos amar como Él ama y estar dispuestos a dejar nuestro enojo aun cuando sea justificado. Es necesario que seamos misericordiosos sólo porque nuestro Amigo de pacto, el SEÑOR Jesucristo lo ha pedido.
Él declaró: «…perdonad, si tenéis algo contra alguno…» (Marcos 11:25). Aunque las personas que nos han hecho mal no merezcan misericordia, y aunque ni siquiera estén arrepentidas, por amor al Maestro, cederemos ante Su petición. Dejaremos nuestro enojo y realizaremos lo que Él nos ha pedido hacer.