«Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en tu salvación. Cantaré a Jehová, porque me ha hecho bien.»
(Salmos 13:5-6)
En la Biblia se nos enseña que las palabras misericordia y amor casi siempre tienen el mismo sentido, pues provienen de la misma palabra en hebreo. Por tanto, cada vez que Dios asegura amarnos, también está afianzando Su misericordia hacia nosotros. Nos dice que a pesar de nuestros errores y fallas, Él desea tratarnos amable y generosamente.
La mayoría de religiones—incluso las basadas en el cristianismo— han retratado una imagen diferente de Dios. Los predicadores amargados, muy a menudo lo presentan como un Dios que enojado con la raza humana, y que anda buscando furiosamente alguien a quien castigar; les dan a las personas la impresión de que Dios está de mal humor, que deben ser muy cautelosos con Él y que deben evitar enojarlo. Hace unos años, un cantante de música country escribió una canción que hablaba acerca de que Dios iba a castigarnos.
Si ese tipo de tradiciones han hecho que usted sea cauteloso al acercarse a Dios, déjeme informarle que en la Biblia no se enseña nada de esas cosas ni tampoco nos presenta un Dios que anda buscando “atraparnos” para hacernos daño de alguna forma, y mucho menos que Dios está de mal humor.
Al contrario, nos enseña que Dios es misericordioso y que se mantiene de buen ánimo. Usted no tiene por qué preocuparse de encontrar un Dios pasando un mal día, Él no tiene ese tipo de días. ¡Su misericordia es para siempre!
Por supuesto, no es sólo la tradición cristiana la que describe a Dios como enojado y vengativo. Los dioses impíos son así y esa descripción es exacta para ellos, pues no son dioses en lo absoluto; son espíritus demoníacos. A través de la historia, las personas que adoraban a los demonios, creían que tenían que lastimarse ellos mismos o lastimar a alguien que amaban de alguna forma para poder apaciguar el enojo del “dios”. Aunque otros dioses páganos no eran tan duros, todos necesitaban algo; ya sea ofrendas de frutas o regalos para tenerlos contentos.
¡Pero nuestro Dios no es así! ¡Él ya es feliz! No tenemos que hacer ninguna penitencia o sacrificio para calmarlo. Dios mismo se dio en sacrificio vivo por el pecado. Cuando recibimos ese sacrificio por fe, estamos abriéndole el camino para que haga lo que desea y tenga misericordia de nosotros, que nos trate bien y traiga: “paz a la tierra y Su buena voluntad hacia las personas!”