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agosto 22, 2014

El poder sanador del perdón (por Kenneth Copeland)

8-14_kennethNo hay nada más práctico y predecible en el mundo, que la fe en la PALABRA de Dios. Ésta siempre produce resultados seguros y consistentes. Cuando la utilizamos de la manera que Dios la diseñó, vivir por fe se convierte en algo parecido a conducir un auto. Sólo debemos obedecer las instrucciones del manual del fabricante, y ésta nos llevará a destino… todo el tiempo, a cada momento, sin falta.

Y si en caso dado no lo hiciera, es porque algo está fuera de línea. Y no porque Dios en Su soberanía haya querido poner Su pie sobre el pedal de freno. Y tampoco tiene que ver con lo que algunas personas dicen: “Él obra de manera misteriosa, y nunca sabes lo que hará”. Sino, porque en algún área de nuestra vida, hay un problema.

La mayoría de nosotros comprende mejor esta situación cuando utilizamos, como ejemplo, nuestros autos. Si ponemos la llave en el interruptor de encendido, tratamos de arrancarlo, y el vehículo no enciende, nosotros no reaccionamos moviendo la cabeza y diciendo: “Bueno, creo que no es la voluntad de General Motors (o de Toyota, de Chevrolet, o cualquier otra marca) que salga hoy. Creo que me tendré que quedar en casa”.

¡Por supuesto que no! Lo que declaramos es: “Oye, ¿qué está pasando aquí?”. Luego verificamos el indicador de la gasolina, revisamos el motor, o simplemente llamamos a un mecánico. Sabemos que no podremos salir a ningún lugar hasta que identifiquemos y arreglemos el problema.

Ésa es la misma actitud que debemos tomar cuando nuestra fe falla, o cuando no funciona de manera apropiada. Si oramos, y creemos que Dios hará algo en particular, pero no lo recibimos, entonces debemos tomar el manual de nuestra fe —la Biblia— y descubrir qué está afectando al sistema. Uno de los primeros versículos que debemos leer lo encontramos en Juan 14:21. Jesús dijo: «El que tiene mis mandamientos, y los obedece, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él».

Es en ese versículo bíblico donde encontramos la manera en que podemos arreglar casi cualquier cosa que pueda parecer una: “falla de fe”. Y lo hacemos por medio de: tener y obedecer los mandamientos de Jesús; al escuchar, creer y obedecer Su PALABRA. Entonces, cuando hagamos todas esas cosas, Jesús mismo podrá manifestársenos —y cuando Él se manifiesta, nuestra fe siempre obtiene los resultados deseados—.

Quizá digas: “Bueno hermano Copeland, no sé si estoy de acuerdo contigo en ese punto. Para mí, eso suena como legalismo. No creo que tengamos que ganarnos las cosas de Dios obedeciendo Sus mandamientos”.

Por supuesto que no es así. Jesús ya ganó todo por nosotros y nos hizo Sus coherederos. Y a través de Él toda bendición espiritual en lugares celestiales, y todas las promesas que Dios nos hizo, nos pertenecen, porque hemos nacido de nuevo. Ésa es la belleza del Nuevo Pacto. Nos dio el poder, y nos hizo libres, no para ignorar los mandamientos de Jesús, sino para obedecerlos, ¡porque lo amamos!

Lecciones de amor por parte de Dios

En el transcurso de los años, el SEÑOR me ha enseñado muchas cosas acerca de este tema por medio de mi relación con Gloria. Recientemente celebramos nuestro 52º aniversario de bodas. Casi nunca nos separamos, porque siempre que estamos juntos, somos más fuertes de lo que éramos antes. Y Gloria obtiene todo el crédito, pues ella siempre ha sobresalido en su vida de amor.

Por otro lado, yo no era igual a ella. Particularmente en mis primeros años como creyente, para vivir en amor necesitaba una ayuda extra de parte del SEÑOR, así que se la pedía de manera constante. Hasta que un día, Él me enseñó a ser un mejor esposo, y me dijo algo que nunca olvidaré:

Si quieres ser como Yo, y si quieres amar como lo hago Yo, escucha a Gloria; y cuando ella te cuente acerca de algo que le gusta, entonces busca la manera de conseguírselo.

En aquel entonces, pensé que cumplir con eso sería muy fácil. Sin embargo, mientras transcurrieron los años, resultó ser más difícil de lo que yo esperaba. Gloria no es el tipo de persona que va por todos lados expresando lo que quiere. Algunas veces le pregunto: «¿Cómo te gustaría que fuera esto?”.

Y me contesta: «Oh, está bien así».

Y vuelvo a preguntarle: «Bueno, ¿entonces te gustaría algo más».

«No. Estoy bien», me responde.

A veces me da algunas pistas, y me dice: «¡Guau! Esos aretes están hermosos (un automóvil o cualquier otra cosa)». Inmediatamente soy todo oídos. Y comienzo a pensar: «¿En dónde podré comprarlos?». Luego, tomo el teléfono, pregunto cuánto cuestan, y le creo a Dios por el dinero para comprárselos.

¿Por qué lo hago? Porque disfruto bendecirla. Siento un gran placer al darle lo que le gusta. Eso no quiere decir que esté tratando de obtener algo de ella, o de impresionarla. ¡Lo hago simplemente porque la amo!

Y como creyentes, debemos actuar de la misma forma con Jesús. Tenemos que desarrollar nuestra relación con Él a tal punto que seamos altamente sensibles a lo que Él desea. Cuando pensemos que hay algo que a Él le gusta, tratemos de dárselo. Digamos: “¡Genial! Jesús quiere eso, así que voy a hacerlo”. No porque estemos tratando de obtener algo de Él, sino porque lo amamos.

Quizá te preguntes: “¿Y si me pide algo que no me gusta hacer?”.

Entonces confía en que Él cambiará lo que no te gusta, y respóndele: “¡Si, Señor!”. Luego, deposita tu fe en lo que dice Filipenses 2:13: «porque Dios es el que produce en ustedes lo mismo el querer como el hacer, por su buena voluntad».

Si estás dispuesto a aceptar lo que Dios quiere que hagas, entonces Dios cambiara tus gustos para que se alineen con los del Él. Y en medio de ese proceso, te ayudará a darte cuenta que si Él te ha pedido hacer algo, es para tu propio bien. Luego, comenzarás a ver Sus mandamientos desde una mejor perspectiva.

Los mandamientos no son opcionales

Personalmente, estoy muy emocionado con los mandamientos que Dios me ha dado —en especial los referentes a la fe—. Por esa razón, uno de mis pasajes bíblicos favoritos se encuentra en Marcos 11:22-26. Jesús dijo:

«Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá. Por tanto, les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá. Y cuando oren, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus ofensas. Porque si ustedes no perdonan, tampoco su Padre que está en los cielos les perdonará a ustedes sus ofensas».

Jesús nos dio varios mandamientos en esos versículos. Primero, nos dijo: «Tengan fe en Dios», o como otra traducción lo interpreta: “Tengan el mismo tipo de fe de Dios”. ¿Y cuál es ese tipo de fe de Dios? Es el mismo tipo de fe que Jesús tenía. Es el tipo de fe en la que Él funcionó cuando estuvo en la Tierra; una fe que siempre produce los resultados que deseamos.

¿Es realmente posible tener ese tipo de fe? Si, por supuesto que sí, y la razón es la siguiente: Jesús siempre nos autoriza y nos da el poder para hacer lo que Él nos ha encomendado. Así que, si Él nos ha mandado a tener el mismo tipo de fe de Dios —la fe que le habla a las montañas, y recibe cualquier cosa que pide en oración— significa que nos ha dado la autoridad y el poder para hacerlo.

Ésas son buenas noticias. ¡Y vale la pena gritarlas!

Pero, Jesús no terminó ahí. Él continuó enseñando algo de mayor importancia: «…cuando oren, si tienen algo contra alguien, perdónenlo».

¡Ése es un mandamiento enorme! Todo lo que Jesús enseñó acerca de la fe depende del perdón, pues: «…la fe… obra por el amor» (Gálatas 5:6), y el perdón es una expresión esencial del amor. Si no existe el perdón, la fe no dará ningún resultado. Sólo se quedará ahí, como cuando un auto tiene la batería descargada, sin poder ir a ningún lugar.

Muchos cristianos aún no han entendido esta revelación. Han tenido la idea de que el perdón es opcional, y dicen: “¡Tú no sabes lo que esa persona me hizo! Durante muchos años he tratado de perdonarla, sin embargo, no he podido hacerlo. Creo que necesito un poco más de tiempo”.

Ese tipo de expresiones contradicen directamente lo que Jesús nos enseñó. Él no nos dijo que debería tomarnos años perdonar a las personas. Nos mandó a perdonarlas ahora mismo, inmediatamente, mientras estamos orando. Nos pidió hacerlo antes de decir: “Amén”. Y no lo hizo porque es testarudo, sino porque nuestra fe (y por consiguiente, la respuesta a nuestras oraciones) depende de eso.

El poder que perdona, es el mismo poder que sana

Si quieres ver que tan vital es perdonar, piensa en la historia que encontramos en el Nuevo Testamento, acerca del hombre paralítico que fue llevado por sus cuatro amigos ante Jesús para que recibiera sanidad. Es probable que recuerdes esa historia. Sus amigos no podían entrar en la casa donde Jesús estaba predicando, ya que había muchas personas dentro de la misma. Así que rompieron parte del techo, lo pusieron en una camilla, y lo bajaron hasta donde estaba llevándose a cabo la reunión.

Evidentemente el plan de ellos dio resultados positivos, y Jesús ministró al paralítico. No obstante, Jesús no comenzó enfocándose en la parálisis del hombre. En lugar de eso, Él le dijo: «…Hijo, los pecados te son perdonados» (Marcos 2:5).

Esas palabras no cayeron muy bien, en especial con la multitud religiosa. Ellos pensaron: “Eso es blasfemia. ¡Sólo Dios puede perdonar los pecados!”.

«Enseguida Jesús se dio cuenta de lo que estaban pensando, así que les preguntó: «¿Qué es lo que cavilan en su corazón? ¿Qué es más fácil? ¿Que le diga al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o que le diga: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pues para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, éste le dice al paralítico: “Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa.”»  Enseguida el paralítico se levantó, tomó su camilla y salió delante de todos, que se quedaron asombrados y glorificando a Dios, al tiempo que decían: «¡Nunca hemos visto nada parecido!» (Marcos 2:8-12).

¿Ves lo que sucedió en ese lugar? Jesús declaró y demostró el hecho de que el poder del perdón es exactamente el mismo poder que sana.

La Biblia lo denomina: el poder de la unción, el cual es una fuerza espiritual que es tangible. Es el mismo poder del que Jesús estaba hablando en Lucas 4:18, cuando dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos».

Esa unción que destruye yugos y liberta a los oprimidos, es el mismo poder que está detrás del perdón. Así que cuando nos rehusemos o no queramos perdonar, ahogaremos esa unción y obstruiremos Su obra en nuestra vida.

¡Eso es muy peligroso!

Quizá digas: “Lo sé hermano Copeland, ¿pero qué debo hacer si una persona me ha lastimado tanto, que ya ni puedo siquiera pensar en ella?”.

Sólo obedécele a Jesús. Él no te pidió que te sintieras mejor cuando pensaras en la persona que te causó daño. Él sólo te ordenó perdonarla. El perdón no se trata de sentimientos — es un acto de obediencia. Tu decides poner la PALABRA de Dios por encima de tus emociones, al tomar la decisión de decir: “Te perdono”.

Mientras más rápido lo hagas, mejor será.

Ahora bien, lo contrario también es una realidad. Mientras más tiempo te tomes en perdonar, más empeorarán las cosas, y te hundirás más hondo en el pantano de tu falta de perdón.

Es probable que sin quererlo, y en medio de tu vida normal, recuerdes de repente las cosas malas que alguien te hizo, o te dijo. Te imaginarás a ti mismo diciendo las cosas que hubieras querido decirle a esa persona en ese momento. Y cada vez que la recuerdes, esa conversación comenzará a empeorar en tu mente. Los efectos negativos resurgirán. Revivirás el dolor, y te hará aún más daño.

Todos hemos hecho esto en alguna ocasión. Nos hemos quedado atrapados en un ciclo de falta de perdón y hemos pasado horas, días, y hasta meses sintiéndonos enojados, lastimados, y molestos con alguien. Esa experiencia, realmente es miserable.

Sin embargo, como creyentes nacidos de nuevo, nunca más debemos quedarnos atrapados en la falta de perdón. En su lugar, podemos hacer lo que Jesús nos mandó, y lo podemos hacer instantáneamente. Tan pronto nos damos cuenta de que “tenemos algo contra alguien”, ¡pongámonos en oración para perdonar!

Ahora bien, tampoco debemos hacer de esto un escándalo. Si hay otras personas a nuestro alrededor en ese momento, podemos orar en voz baja para que nadie escuche: “SEÑOR, perdono a esa persona”. Y si esos pensamientos regresan después de 30 minutos, pidámosle otra vez al Señor: “SEÑOR, no soy alguien que condena. Soy alguien que perdona —y lo perdono—”.

¿Sabes qué sucederá al hacer esto?

La unción comenzará a fluir en esa área de nuestra vida. El poder de Dios que remueve toda carga y destruye todo yugo comenzará a obrar, dándonos la sabiduría para resolver esa situación problemática. Él nos mostrará lo que debemos hacer para corregir el problema. Comenzará a obrar en nosotros, y a través de nosotros, para traer sanidad a todos y todo lo que haya estado involucrado.

Y lo mejor que sucederá cuando vivamos en amor, es que Jesús mismo se nos manifestará. Nuestro motor espiritual se encontrará rugiendo, y nuestra fe estará obrando exactamente como Dios la diseñó —cumpliendo Sus promesas y llevándonos a donde quiera que queramos llegar—.

¡Todo el tiempo! ¡En cada momento! ¡Sin falta!

Texto extraído de: Revista LVVC – Edición agosto 2014, página 4