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enero 24, 2015

Dios te necesita ungido – por Kenneth Copeland

Todo comenzó con un sermón: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido…»
(Lucas 4:18).

Ese mensaje “ungido” fue lo que catapultó a Jesús en el ministerio. Fue el corazón de todo lo que Él predicó. Era el poder que estaba detrás de todo lo que hizo.

Y a pesar de lo impresionante y estupenda que era la unción que estaba en la vida de Jesús mientras estuvo en la Tierra, no era suficiente para Dios.

Si Jesús hubiera terminado siendo la única persona ungida, nosotros estaríamos todavía bajo la opresión
del diablo.

¿Por qué?
Porque toda la unción se hubiera ido con Jesús cuando Él regresó al cielo. Y es sólo por medio de la unción de Dios que las cargas son removidas y los yugos de opresión —enfermedades, males, pobreza, miedo, muerte y todo lo demás— son destruidos (Isaías 10:27).
No, Dios no estaba satisfecho solamente con que Jesús viniera a esta Tierra, manifestara Su impresionante unción y luego se fuera, llevándose todo el poder con Él. Si ese hubiera sido el caso, nosotros continuaríamos en caos hoy en día.
Dios tenía en su mente “el nuevo nacimiento”. A través de la muerte de Jesús, Su entierro y Su resurrección, Dios hizo posible para cada uno de nosotros el nacer de nuevo. Él hizo posible que nosotros nos convirtiéramos en “nuevas criaturas” en Cristo — una nueva criatura en el Ungido, una nueva criatura en Su Unción (2 Corintios 5:17).
Por esa misma razón, hasta este día somos llamados Crist-ianos… “los pequeños ungidos”.

Tú tienes esa unción
En el momento en el que recibes a Jesús como tu SEÑOR y “naces de nuevo”, recibes acceso al mismo poder del Dios todopoderoso que Jesús mismo demostró y manifestó durante Su ministerio en la Tierra.
El Apóstol Juan nos dice: «La unción que ustedes recibieron de él permanece en ustedes» (1 Juan 2:27).
En otras palabras, tienes la unción de Dios dentro de ti ahora mismo. Y esa unción es el poder de Dios que te capacita para vivir una vida libre de todas las cargas y yugos de opresión. Todo lo que tienes que hacer es alimentar esa unción con la PALABRA de Dios y conectarla a tu fe para que pueda ser liberada en tu vida.
Primera de Juan 2:27 nos dice que esa unción de Dios dentro de nosotros nos enseñará. Yo la llamo “la unción del conocimiento”, y tiene muchas aplicaciones en la vida.
Por ejemplo, cuando esta unción de conocimiento está completamente conectada en tu vida, no necesitas que alguien te diga lo que crees. Tampoco necesitas que te digan si alguien está predicando la PALABRA de Dios correctamente o no. Puedes saber esas cosas por la unción. El Espíritu Santo te dará un testigo interno para saber si alguien está predicando la verdad.
Esta unción de conocimiento puede asistirte también en tiempos de crisis.
Supongamos que tu hijo está jugando en el patio y se lastima mientras juega — ese no es el momento para que llames a tu pastor en busca de una “palabra de parte de Dios”.
No entres en pánico. Solamente ve a tu interior, al Espíritu Santo. Recibe un consejo del Consejero. Recibe de Él cómo deberías ministrar a tu hijo en esa situación. No puedo enumerarte cuantas veces lo he hecho con mis hijos en situaciones similares.
Aparte de todas las crisis de la vida, esta unción de conocimiento puede ayudarte a educar a tus hijos, manejar tus negocios, mantener tu matrimonio y por supuesto mucho más. Y es todo por la unción de Dios que habita en tu interior, capacitándote a vivir cada día de la vida.
Pero existe otro aspecto de la unción. Y es la unción que viene sobre nosotros para ministrar el poder de Dios que remueve y destruye cargas. Es la unción para satisfacer las necesidades de la gente.
¿Recuerdas lo que Jesús dijo en Lucas 4? «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor».
Sabemos que el Espíritu de Dios ha estado en Jesús desde siempre —mucho antes de que naciera de María. Aún así, el Espíritu de Dios vino sobre Él después de que fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán (lee Lucas 3:21-22).
Esta unción que vino sobre Jesús era la unción de ministrar. Era la unción de imponer manos sobre los enfermos, echar fuera demonios y resucitar a los muertos. Era la unción de predicar la PALABRA en poder y profecía. Era la unción de los regalos y las manifestaciones del Espíritu. Era la unción del Apóstol, Profeta, Evangelista, Pastor y Maestro.
Así que, ¿dónde está esa unción de ministrar hoy en día?

Ministra más allá
de tu alcance
El poder de Dios para satisfacer las necesidades de Su gente descansa mayoritariamente en los hombres y mujeres llamados por Dios para ocupar lo que normalmente se refiere como las cinco oficinas ministeriales: apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro (Efesios 4:11-12).
A pesar de que ningún ministro del evangelio lleva consigo la llenura completa de la unción para las cinco oficinas, todos nosotros en conjunto tenemos la totalidad de la misma.
Y aquí vamos de nuevo: si únicamente los apóstoles hubieran sido ungidos por Dios —un concepto con la que mucha gente ha sido engañada en los últimos 2000 años— nosotros estaríamos aún en un gran caos.
¿Y qué pasaría si en la iglesia de hoy en día solamente los pastores estuvieran ungidos, y probablemente algunos pocos evangelistas?
No habría ninguna diferencia.
La verdad es que esa clase de tradición religiosa le ha hecho trampa a la iglesia y la ha sacado de la manifestación y demostración completa de la unción de Dios.
Mientras tanto, ¿qué pasa con la mayoría de la gente que se sienta en la congregación? ¿A dónde está esa unción para aquellos que ministran a diario a los más necesitados?
¿Qué pasa con la vida de los campesinos y los hombres de negocios, los policías, y los profesores? ¿Dónde está su unción para ministrar como el apóstol, el profeta, el evangelista, el pastor y el maestro?
La respuesta a esas preguntas se encuentra en la colaboración (o asociación).
El Apóstol Pablo escribió a sus colaboradores en el ministerio de la iglesia de Filipenses y les dijo: «Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes. En todas mis oraciones siempre ruego con gozo por todos ustedes, por su comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora» (Filipenses 1:3-5).
Aquí la palabra comunión es una traducción antigua al español de la palabra griega colaboración (asociación). La misma significa “por partes iguales en un mismo esfuerzo”.
Pablo, quien al menos ministraba en tres de las oficinas —apóstol, profeta y maestro—consideraba que esos creyentes de Filipo tenían “igual parte” en el ministerio del evangelio que la que él tenía. Y por eso dijo: «Es justo que yo piense así de todos ustedes porque los llevo en el corazón; pues, ya sea que me encuentre preso o defendiendo y confirmando el evangelio, todos ustedes participan conmigo de la gracia que Dios me ha dado» (versículo 7, NVI).
Participan de la gracia que Dios me ha dado. Participan de mi gracia.
Cuando ves la palabra gracia, particularmente en los escritos de Pablo, no solo pienses en “el favor inmerecido de Dios”, lo cual es correcto. También míralo como una referencia de Pablo a la unción. Pablo los equipara como uno y el mismo.
Y, ¿por qué no?
La verdad de que la unción de Dios puedes estar en nosotros y sobre nosotros es un acto supremo de la gracia de parte de Dios.
Pablo estaba diciendo: “porque me han apoyado de todas las formas posibles —no sólo cuando estaba en Filipo con ustedes, sino cuando ministraba en otros lugares— ustedes pueden esperar que la misma unción que está en mí para el ministerio, esté en y sobre ustedes y sus familias. Ustedes están en igualdad de condiciones —participan igualmente— de mi unción”.
Si aplicamos esto a nuestras vidas hoy en día, los hombres y mujeres de negocios que están conectados a una iglesia local deberían tener la misma unción para ministrar en ellos que la que tiene el pastor de esa misma iglesia. Por esa razón, cada creyente debería tener igual participación de la unción que está en los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros de nuestra época.
¿Cómo?
Uniéndose a esos cinco ministerios en participación igualitaria en el evangelio. Al asistir, orar y apoyar sus ministerios de cualquier manera que Dios los dirija.
Recuerda: Dios no se satisface con Jesús como el único ungido.
¿Cuán bueno sería si toda esa unción se quedara en el cielo “sentada a la derecha del Padre”, cuando todas las cargas y yugos están aquí en
la Tierra?
Más aún, Él no está satisfecho con solo el puñado de apóstoles que fueron ungidos hace 2000 años. Ellos ya no están aquí en la Tierra donde se necesita la unción de ministrar.
No, Dios no estará satisfecho hasta que cada miembro del cuerpo de Cristo —el cuerpo de Su Ungido en la Tierra— esté caminando completamente en Su poder.
Así que, deja que el Espíritu de Dios te conecte con el ministerio al cual Él te está llamando a apoyar. Luego, entra en “pacto de colaboración” en el evangelio con ellos. Una vez que lo hagas, empieza a participar de su gracia. Aprovecha de la plenitud de esas unciones. Espera que la unción de ministrar que está en sus vidas y sus ministerios se manifieste en tu vida y en la de tu familia.
Tienes la unción para vivir la vida. Ahora, da un paso hacia adelante por el mundo perdido y agonizante a tu alrededor.
Sé la primera persona —el primer banquero, enfermero, estudiante, ama de casa, vendedor— en tu iglesia que “va haciendo el bien, sanando a todos aquellos que están oprimidos por
el diablo”.
¡Ve por la medida completa de la unción de Dios!