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noviembre 24, 2014

Desarrollando la fuerza de la Fe

 

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Hace años, cometí un error que nunca repetiré: Le concedí una entrevista a una reportera. Debería haberlo pensado antes de aceptar; sin embargo, el SEÑOR se encargó de eso después. En ese tiempo, no supe tomar una mejor decisión.
Con el transcurso de los años, volví a desobedecer el mandamiento de no conceder entrevistas. Y los resultados fueron peores que los de la primera vez.
En la primera entrevista, las cosas parecían marchar muy bien. La reportera me hacía preguntas acerca de la sanidad, y yo le contestaba de acuerdo a las Escrituras. Se lo expliqué de la forma más sencilla, y con mi Biblia en mano le dije: «Aquí está en lo que creemos, porqué lo creemos, y lo que hacemos».
La reportera me prestó atención, y sus respuestas fueron siempre respetuosas. Sin embargo, cuando el artículo fue publicado, no podía creer lo que mis ojos leían. Parecía que la reportera no había escuchado nada de lo que le había respondido. Estaba muy confundido, así que fui al SEÑOR y le pregunté: «¿Qué es lo que está tratando de hacer?».
Y Él me respondió: Ella está tratando de ayudarte. Para ella suena muy insensato lo que respondiste en la entrevista; y como le caíste bien, lo cambió para no avergonzarte.
El SEÑOR me pidió que no volviera a hacerlo, y después de esa experiencia me di cuenta por qué me lo había pedido. Las personas que no conocen al SEÑOR no tienen la capacidad de entender a los que sí lo conocemos; no entienden quiénes somos, ni la forma en que actuamos.
Primera de Corintios 2:14 lo explica de esta manera: «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son una locura; y tampoco las pueden entender, porque tienen que discernirse espiritualmente».
Esto es algo que todos nosotros, los creyentes nacidos de nuevo, necesitamos recordar. No somos personas “naturales”, ni pertenecemos a este mundo. Nosotros somos personas espirituales, y pertenecemos a la eternidad. Somos ciudadanos del cielo, embajadores de Dios, y nos encontramos en medio de una misión: Llevar Su BENDICIÓN a donde quiera que vayamos. Y lo alcanzaremos sólo de una forma: Viviendo y actuando por medio de la fe en la PALABRA de Dios.
Las personas que no tienen la revelación de la PALABRA, van a pensar que nuestro estilo de vida es peculiar, o raro. Sim embargo, eso está bien. De hecho, así es como debe ser. Como creyentes no tenemos que pensar, hablar, y actuar como el mundo lo hace en lo que concierne a los temas de sanidad… economía… o cualquier otra cosa.
No se supone que estemos preocupándonos y quejándonos por las malas noticias que escuchamos en la radio, en la televisión, o el internet, como lo hacen los que no son creyentes. No deberíamos decir cosas como: “¿Escuchaste las últimas noticias? ¡Las cosas se están poniendo cada vez más difíciles!”.
No, nuestras conversaciones deben ser totalmente diferentes. Debemos decir cosas como: “Las condiciones de este mundo no me preocupan para nada, pues estoy conectado con Dios, y Él no tiene altibajos”. Debemos actuar como lo hizo Isaac: en medio de la sequía que sufrió la nación entera, se mantuvo viviendo en fe en Su pacto de BENDICIÓN, y al final terminó cavando pozos de agua que se convirtieron en una BENDICIÓN no sólo para su familia, sino para toda la nación.
En lugar de permitir que nuestro gozo cambie como lo hace la bolsa de valores, tú y yo debemos ser personas incambiables, como el hombre justo que describe la Biblia, quien se deleita en la PALABRA de Dios. El Salmo 112:6-8 dice acerca de él: «y por eso nunca tendrá tropiezos… vivirá sin temor a las malas noticias, y su corazón estará firme y confiando en el Señor. Su corazón estará tranquilo, sin ningún temor, y llegará a ver la caída de sus enemigos».

El núcleo fundamental de tu identidad
Quizá digas: «Hermano Copeland, me gustaría actuar en ese nivel de fe que no cambia. Pero por alguna razón es muy difícil para mí».
Quizá se deba a que ya te olvidaste de quién eres en realidad. O tal vez porque, así como el mundo que te rodea, estás pensando acerca de ti mismo en términos naturales, y estás enfocándote en tu hombre exterior, en lugar de enfocarte en quién eres en tu interior. El vivir por fe puede causar grandes problemas, porque la fe es una fuerza espiritual. No es algo mental o físico; la fe proviene de tu espíritu.
Tu espíritu es quien en realidad eres. Es el núcleo, es el centro fundamental de tu identidad. Esto es lo que en 1 Pedro 3:4 se refiere como: «…sino el interno, el del corazón…» (RVR1995), y es la parte más importante de todo tu ser. Jesús lo aclaró en Juan 6:63, cuando dijo:
«El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha…».
¿Alguna vez se te ha quebrado una uña a la mitad? ¿Qué sucedió? Descubriste que esa parte está viva ¿no es así? Pues así es como la palabra: «…da vida…» es usada en este versículo. Jesús estaba diciendo “que el espíritu es el que te da la vida, no la carne.”
Proverbios 4:23 lo explica de la siguiente forma: «Cuida tu corazón más que otra cosa, porque él es la fuente de la vida». La fuente de la vida son las fuerzas espirituales que fluyen del centro de tu ser. Son fuerzas que deben ser protegidas a cualquier costo, pues sin ellas no puedes vivir.
Una de esas fuerzas es la fe.
“Pero hermano Copeland, como te lo mencioné anteriormente, yo no tengo fe”.
Claro que sí. Si eres un creyente nacido de nuevo, tu espíritu tiene el mismo ADN de Dios. Tu hombre interior es exactamente como Jesucristo de Nazaret. Y no te pareces sólo un poco a Él; eres exactamente como Él. Eso significa que tienes la misma fe que Él tiene.
El libro de Romanos del Nuevo Testamento lo confirma. Allí, la Biblia le está hablando a la Iglesia
—no a los incrédulos—:
«Porque en el evangelio se revela la justicia de Dios, que de principio a fin es por medio de la fe, tal como está escrito: «El justo por la fe vivirá» (Romanos 1:17).

«…Dios le ha repartido a todo hombre [a todo hijo de Dios nacido de nuevo] la medida de fe» (Romanos 12:3, AMP).

Piensa en eso. De acuerdo a estos versículos, Dios mismo depositó en tu espíritu Su propia fe, la cual produce vida. En Lucas 17, Jesús hace referencia de la fe como tu servidora. Dios te la dio, y ahora tú debes comandarla. Puedes usarla como Él lo hace, ya sea para crear algo en donde se necesita crear, o para mover montañas que estén en medio de
tu camino.

Sigue creciendo
Por supuesto, ninguno de nosotros sabe cómo hacerlo automáticamente. A pesar de haber sido equipados con las herramientas necesarias al haber nacido de nuevo, debemos crecer y desarrollar nuestra capacidad para utilizar esas herramientas.
Recuerdo que cuando comenzamos a hacerlo, nos parecíamos mucho a mi hijo John cuando recibió su primera escopeta. A la edad de 8 años, él ya era tan bueno como yo. Sin embargo, todavía tenía mucho más que aprender. Y eso lo comprobó en una ocasión cuando fuimos de caza a la propiedad del abuelo de Gloria. Estábamos pasando por un pequeño establo que el abuelo había construido para el ganado, cuando de repente John observó una tarántula negra que colgaba al lado de la construcción. Sin pensarlo dos veces, John levantó su escopeta calibre 20, y le apuntó.
Le dije: «¡Hijo, no hagas eso!».
«¿Por qué no papi?» me preguntó.
«¡Porque perforarías el establo del abuelo!».
Por la expresión de su rostro, pude darme cuenta que ni siquiera se le había ocurrido pensar en las consecuencias. Estaba tan enfocado en la araña, que no miró el establo que estaba detrás de ella. «Oh…» contestó.
Algunas veces, como creyentes, hacemos lo mismo en lo que a la fe concierne. En lugar de parecernos a ese hombre maduro espiritualmente que menciona Salmos 112, un hombre cuyo corazón está conforme a Dios y a Su PALABRA, actuamos como niños espirituales y le damos nuestra atención a las circunstancias que nos rodean, de la misma forma que mi hijo lo hizo con la araña. Comenzamos a pensar y a hablar como el mundo lo hace, en lugar de actuar con fe.
¿Cómo podemos superar esta tendencia inmadura?
Desarrollando nuestro espíritu, así como desarrollamos nuestro cuerpo.
En primer lugar, debemos alimentar nuestro espíritu con buena comida. No con pan y frijoles —eso es comida natural— ¡sino con la PALABRA de Dios! Su PALABRA es comida espiritual. Cuando nos alimentamos de ella, ésta nutre nuestro hombre interior y produce la fuerza espiritual de la fe.
Eso fue lo que sucedió cuando recibimos nuestra salvación. Al escuchar la PALABRA acerca de Jesús, la fe nació en nuestro interior para recibirlo como nuestro Salvador y SEÑOR. Sin embargo, el plan de Dios no es que nos quedemos estancados en ese lugar. Él no quiere que nos quedemos viviendo con ese nivel de fe por el resto de nuestra vida. Eso no sería práctico.
Piensa en eso en términos físicos, y verás a qué me refiero.
Imagínate que has comido un buen plato de comida. Luego, tomaste unas pesas muy livianas y comenzaste a levantarlas. Si te mantienes levantándolas por un largo tiempo, eventualmente gastarás todas las energías que la comida te proveyó. Llegarás al punto de no poder levantarlas más, no porque estén muy pesadas, sino porque tus músculos necesitan más alimento, y necesitan reponer tus fuerzas.
Eso mismo sucede en el mundo espiritual. No podemos vivir toda la vida sólo con un plato de comida espiritual. Debemos mantenernos comiendo y reponiendo nuestras fuerzas. Esa es una de las razones por la que Dios nos dio palabras.
Las palabras son contenedores espirituales. Éstas no solamente son un conjunto de letras que se usan para comunicarnos con los demás. El propósito principal de las palabras, es desatar poder y fuerza espirituales. Las palabras pueden estar llenas de temor, o de fe. Pueden llevar amor, o malicia. Las palabras pueden estar llenas de LA BENDICIÓN, o de la maldición. ¡Las palabras son contenedores, o portadoras!
Aunque las palabras del ser humano pueden llevar una mezcla de estas cosas, ¡las palabras de Dios siempre están llenas de fe! Por esa razón, una y otra vez, la Biblia dice cosas como:

«Así que la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios» (Romanos 10:17).

«…Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6:63).
«Hijo mío, presta atención a mis palabras; inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo» (Proverbios 4:20-22).

Debido a que podemos usar la fe todo el tiempo, debemos alimentarla de una dieta regular de la PALABRA. Sin embargo, el problema es que muchos cristianos no se dan cuenta de eso. Y mientras alimentan su hombre exterior con tres comidas al día, su hombre interior está desnutrido.
¡No hagas eso! No alimentes tu cuerpo físico con comida, y mantengas en ayuno a tu espíritu. Si tienes que escoger por ayunar uno o el otro, ¡que sea la carne la que ayune, y alimenta a tu espíritu!

Desarrolla tus músculos espirituales
Por supuesto, aparte de alimentarte de la Palabra, tienes que hacer algo más para desarrollarte en lo espiritual. Necesitas hacer mucho ejercicio. Y si no sabes cómo hacerlo, puedes comenzar siguiendo las instrucciones de Judas 1:20-21: «Pero ustedes, amados hermanos, sigan edificándose sobre la base de su santísima fe, oren en el Espíritu Santo, manténganse en el amor de Dios, mientras esperan la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna».
De acuerdo con estos versículos, cuando oras en el espíritu o en otras lenguas; le estás dando a tu hombre interior un entrenamiento. Pues fortaleces tus músculos espirituales. Y eso te hace crecer en “tu santísima fe”.
¿Y por qué se le llama “santísima fe”? Porque cuando oras en una lengua desconocida, tu mente natural no se involucra y no echa a perder esa oración. Te encuentras hablando directamente desde tu espíritu, para que el Espíritu Santo te dé las palabras correctas para orar de acuerdo a la perfecta voluntad de Dios (Romanos 8:26-27).
Quizá digas: «Bueno, traté de hacer eso pero no me ayudó
para nada».
Eso pasó porque no lo hiciste con fe. Jesús dijo en Marcos 11:24:
«…Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá». Él no nos dijo que lo hagamos sólo cuando oramos en nuestro propio entendimiento. Él dijo: Cuando oren, crean que lo recibirán —ya sea en el espíritu, en otras lenguas, o en una lengua desconocida—.
Ambas oraciones son válidas. El apóstol Pablo lo dejó claro en
1 Corintios 14:15, cuando dijo:
«…orar con el espíritu, pero también con el entendimiento…». En ese mismo capítulo, también nos enseñó que debemos orar para interpretar cuando alguien ora en otras lenguas, y de esa forma nuestra mente producirá fruto.
Aunque no recibas la interpretación en ese mismo momento, puedes continuar creyendo que la recibes cuando oras. Es probable que las palabras que dices cuando oras en otras lenguas parezcan un misterio para ti, pero aun así puedes desatar tu fe y declarar: “Creo que lo que oré proviene del Espíritu de Dios, y creo que lo recibiré, ¡aunque continúe siendo un misterio!”.
Otro tipo de ejercicio espiritual que se menciona en Judas 1:21, consiste en mantenerte en el amor de Dios. El amor es importante para desarrollar tu fe, pues la
«…la fe… obra por el amor» (Gálatas 5:6). En donde no hay amor, no hay fe.
Así que aviva el amor de Dios que está en tu interior. Alimenta tu espíritu con lo que la PALABRA de Dios nos enseña, y haz bastante ejercicio espiritual viviendo en el amor de Dios todos los días.
Aunque el mundo a tu alrededor no entienda lo que estás haciendo, continúa viviendo como si fueras una persona de otro mundo, porque en realidad… lo eres.