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mayo 12, 2014

Atravesando por el fuego (por Gloria Copeland)

5-14_gloriaVivir la vida cristiana no es un juego de niños. Y cualquiera que te diga lo contrario, no te está contando la historia completa.

Aunque como creyentes tenemos la victoria en Jesús, quien nos dio el poder para triunfar sobre cualquier situación, a veces las cosas se complican.

Aveces, nos enfrentamos  a problemas y pruebas que nos presionan…nos presionan… y nos presionan (a pesar de que oramos con desesperación para recibir un alivio), al punto que deseamos decir lo mismo que declaró Habacuc en el Antiguo Testamento: “Oh Dios mío, ¿cuánto más tendré que clamar para que me ayudes? ¿Cuánto más tendré que rogarte para que termines con la violencia, y me salves?” (Habacuc 1:2, AMP).

La mayoría de los cristianos se han visto tentados a preguntarse eso en más de una ocasión. Quizá sea porque han necesitado sanidad, y han orado por eso durante semanas, meses, e incluso años sin resultados positivos. Tal vez han atravesado por problemas familiares, o han tenido dificultades financieras que no han podido resolver.

Es en ese tipo de situaciones, todos podemos cometer el mismo error de Habacuc. Podemos ser tentados a ceder ante la presión del diablo, echarle la culpa a Dios, y preguntarle: “¿Por qué esto está llevando tanto tiempo? ¿Por qué no me ayudas? ¿Me estás escuchando?”.

Pero eso es exactamente lo que no debemos hacer.

Dios no tiene la culpa de los problemas en nuestra vida, Él no es quien los ocasiona. Cuando no obtenemos respuesta a nuestras oraciones, el problema no es Dios.

El problema siempre está de nuestro lado.

Y Habacuc pudo confirmarlo; El aprendió bien esa lección cuando Dios contestó todas sus preguntas con una sola frase: «…El justo vivirá por su fe» (Habacuc 2:4). O como la versión Amplificada lo dice: “El hombre justo e íntegro, vivirá por su fe y su fidelidad” (AMP).

En síntesis, es ahí donde está el error que Habacuc cometió. Él estuvo quejándose incansablemente delante del Señor. Suplicándole que arreglara todo el desorden que había a su alrededor, pero él no había estado actuando en fe.

Dios trabaja con la fe, y Habacuc no estaba ejerciendo su fe para que Dios pudiera actuar a su favor.

Eso mismo nos puede decir Dios a nosotros en algunas ocasiones. Cuando no vemos los resultados que queremos de parte de Dios, no es porque Él no esté haciendo Su parte. Es porque nosotros estamos fallando en el área de la fe. Pues no estamos haciendo la parte que nos corresponde para recibir la victoria que Él ya nos proveyó.

Quizá digas: “Pero Gloria, he vivido por fe durante muchos años, y sé cómo hacer lo que a mí me corresponde”.

Es probable que tengas razón, pero no importa cuánto sepas; puedes arruinar todo sino estás atento. Es más, cada uno de nosotros aún está aprendiendo, pues no hay nadie que lo sepa todo. Así que tomar un curso de actualización de fe siempre será una buena idea. En especial, cuando enfrentemos diversas pruebas, debemos asegurarnos de manejar las pruebas de la forma que Dios espera. No como Habacuc, sino como lo hicieron Sadrac, Mesac y Abednego.

¿Te acuerdas de ellos, verdad? Ellos atravesaron una temporada de problemas que la mayoría de nosotros nunca experimentaremos. Estos jóvenes fueron lanzados literalmente a un infierno abrasador, sólo por rehusarse a adorar al ídolo de un rey.

Y si hablamos de pruebas difíciles, Sadrac, Mesac, y Abednego; atravesaron una de ellas. No obstante, ellos supieron qué hacer. Pues levantaron su escudo de la fe y apagaron los dardos que el enemigo les lanzó (Efesios 6:16). Es más, no sólo sobrevivieron al fuego, sino que salieron de aquel infierno abrasador sin que el fuego les causara daño: “…No se les había chamuscado ni un cabello, ni se les había estropeado la ropa. ¡Ni siquiera olían a humo!” (Daniel 3:27, NTV).

Y todo eso, gracias a que vivieron por fe.

Una sustancia más preciosa que el oro

¿Qué es exactamente la fe?

Es creer lo que Dios dice sin importar lo que veamos, sintamos o escuchemos en este mundo natural. Es creer en Su Palabra sin comprometerla. Es confiar que Dios cumplirá Sus promesas, a pesar de la cantidad de problemas que el diablo quiera poner en nuestro camino, a fin de que podamos declarar lo mismo que declararon Sadrac, Mesac, y Abednego: “El Dios a quien servimos… nos rescatará”
(Daniel 3:17, AMP).

De acuerdo con la Biblia, la fe es:

“…tener fe es estar seguro de lo que se espera; es estar convencido de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).

“…ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (1 Juan 5:4).

Una fuerza tan poderosa que puede mover las montañas de nuestra vida. (Marcos 11:23).

Es de gran valor: “…es mucho más preciosa que el oro” (1 Pedro 1:7).

Sin embargo, la fe no viene sólo porque deseemos tenerla. No se trata de sólo tomar la decisión de que vivirás por fe, y luego no hacer nada al respecto. Tienes que respaldar esa decisión con acciones. Debes abrir tu Biblia y descubrir lo que Dios quiere decirte, porque: “…la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios” (Romanos 10:17).

Cualquier persona que invierta el tiempo suficiente en la Palabra, puede ser una persona de fe. Por ejemplo: Yo puedo darle una Biblia a un mendigo en la calle; si él lee, medita y pone en práctica lo que ésta enseña, él podría prosperar. Y para el año siguiente, su prueba de pobreza podría llegar a su fin. Él y sus circunstancias podrían ser transformados al punto de no parecer la misma persona.

Sin embargo, esa transformación no le ocurrirá a alguien que lee de vez en cuando un versículo bíblico. Tampoco sucederá con las personas que toman la Biblia a la ligera y adoptan la actitud de obedecer sólo cuando quieren. Esa transformación sólo ocurre con las personas que en realidad están comprometidas a conocer, y obedecer a Dios.

“Porque así dice el Señor… ¡Búscame (investiga e infórmate sobre Mí con el mismo ímpetu con que buscas tu comida) y vivirás!” (Amós 5:4, AMP).

La clave principal para vencer cualquier problema y el secreto para obtener una fe vencedora es: darle a Dios y a Su Palabra, la misma importancia que le das a la comida que ingieres.

Es muy probable que no pases mucho tiempo sin ingerir comida natural, pues eres muy diligente al respecto. Kenneth y yo hacemos lo mismo. Todas las tardes a las 5:30 p.m., estamos sentados en la mesa para cenar; y si yo no estoy ahí, Kenneth quiere saber “¿En dónde estás? ¡Es hora de comer!”.

De esa misma forma, deberíamos actuar todos nosotros como creyentes con respecto a la Palabra de Dios. La misma importancia que le damos a nuestro tiempo de comida, deberíamos darle a nuestro tiempo en la Palabra. Después de todo, ¡la Palabra de Dios es nuestro alimento espiritual! Ésta nutre nuestro espíritu, de la misma forma que la comida natural alimenta nuestro cuerpo.

Si no te alimentas con comida en el ámbito natural, no llegarás muy lejos; y tampoco lo harás si no le dedicas tiempo a la Palabra. ¡Necesitas alimentarte de ella todos los días!

En realidad, cuando estás atravesando por una prueba de fuego, es cuando más necesitas alimentarte de la Palabra, con frecuencia, todo el día. Y en lugar de perder el tiempo viendo programas seculares de televisión o haciendo cosas sin sentido, deberías enfocarte en la Palabra y permanecer en ella. Si haces eso, vivirás en victoria; porque cuando buscas la Palabra, de la misma forma que buscas la comida natural, Dios te promete que “¡vivirás!”.

No tomes el camino fácil

Puedes decir “Pero le he dedicado tiempo a la Palabra y nada ha cambiado”.

Entonces continúa haciéndolo. ¡No te des por vencido ahora! Ya que si lo haces, perderás toda esperanza. Así que continúa dándole a Dios algo con lo que pueda trabajar. Permanece en fe —y mientras lo hagas, asegúrate de que tus actitudes representen lo que estás creyendo.

Eso fue lo que hicieron Sadrac, Mesac, y Abednego. Ellos no sólo le creyeron a la Palabra de Dios en sus corazones, sino que además honraron a Dios con sus acciones. Obedecieron las instrucciones del Señor, y se convirtieron en un ejemplo vivo de Isaías 33:14-15: “¿Quién de nosotros podrá morar en ese fuego consumidor? ¿Quién entre nosotros podrá morar en esas llamas eternas? El que vive en justicia y habla lo correcto…” (AMP).

Si quieres pasar en medio del fuego sin ser consumido, entonces haz lo mismo. No sólo lo creas en tu interior, sino también manifiesta acciones en el exterior. Debes ser obediente a los mandamientos del Señor.

“Pero, ¡Pensé que dijiste que la fe es lo que importa!”.

Así es, pero la obediencia y la fe son inseparables.

Piensa en esto. Si creemos lo que Dios ha dicho, entonces haremos lo que Él nos diga. Vamos a vivir y a hablar de manera correcta, aun cuando tengamos que enfrentar situaciones como la enfermedad, la pobreza o la persecución.

No me mal intérpretes; no estoy sugiriendo que como personas de fe nunca tropezaremos o nos equivocaremos. Me estoy refiriendo a que si fallamos, debemos arrepentirnos de inmediato. No tratemos de escondernos de Dios, ni de justificar nuestra desobediencia. Debemos confesar: Señor, estaba equivocado. Perdóname por favor. Te pido que me limpies con la sangre de Jesús y recibo su poder limpiador. Te pido que me ayudes, y que me des de Tu gracia para que nunca más lo repita.

Luego debemos volver al camino  que recorríamos; y tenemos que caminar y hablar alineados con la Palabra de Dios. Cuando las pruebas vengan, tenemos que tener la confianza necesaria para permanecer firmes contra el diablo, quien está detrás de esas pruebas. Podremos apuntar nuestro dedo en su cara, y decirle que quite sus manos de nuestra salud, de nuestras finanzas y de nuestras familias ¡en el nombre de Jesús!

“Pero, Gloria, no creo que el diablo me escuche”.

Entonces necesitas estudiar lo que el Nuevo Testamento enseña acerca de este tema. Pues en éste se nos dice claramente que como creyentes, tenemos autoridad sobre el diablo, y que cuando lo resistamos, él huirá de nosotros (Santiago 4:7). Además, se nos dice que somos responsables de mantener al diablo alejado de nuestra vida y de no darle lugar (Efesios 4:27).

Por supuesto, aún los cristianos que conocen muy bien estas cosas, a veces son perezosos y fracasan al no poner en práctica la Palabra. Recuerdo que hace algunos años Kenneth y yo nos dirigíamos a predicar. Terminamos de ministrar en Detroit, y llegamos a Milwaukee. Cuando llegamos al hotel el sábado por la noche, me sentía un poco cansada. Así que me puse mi pijama y me acosté sobre la cama. Y dije: “Tomaré el camino más fácil”.

Y al decir esas palabras, me di cuenta que muchos cristianos cometen ese error cuando se trata de pelear contra el diablo. Toman el camino más fácil. Cuando la enfermedad trata de atacar sus vidas o se enfrentan a cualquier tipo de prueba, se ponen sus pijamas espirituales, se acuestan sobre la cama y permiten que el diablo haga lo que quiera. Luego, se esconden dentro de las cobijas, y esperan a que Dios haga algo para ayudarlos.

¡Ésa es la receta del fracaso!

El diablo es el ladrón, pues se acerca a nuestra vida para: “…hurtar, matar, y destruir…”. Sin embargo, Jesús vino para que: “…tengan vida, y para que la tengan [nosotros] en abundancia” (Juan 10:10). Por tanto, si queremos disfrutar la vida en abundancia que Jesús ya nos ha provisto, debemos recibirla por medio de la fe, manteniéndonos firmes y resistiendo al diablo.

Debemos declarar: “No, no, ladrón, no tocarás a mi familia. No robarás nada de mi cuenta de ahorros. No destruirás mi salud. No te aceptaré en ninguna parte de mi vida. ¡En el nombre de Jesús te echo fuera! ¡Ahora, VÉTE!”

¿Sabes qué voz escucha el diablo cuando oye esas declaraciones? Escucha la voz de Jesús, pues Él lo derrotó en lo más profundo del infierno. Jesús es quien: “Desarmó además a los poderes y las potestades, y los exhibió públicamente al triunfar sobre ellos…” (Colosenses 2:15). Jesús fue quien despojó al diablo de todo el poder que tenía, dejándolo absolutamente sin nada; y además de eso, ¡nos dio Su nombre para que lo usemos!

¡La única arma que el diablo posee son las mentiras! Él no tiene ningún poder sobre nosotros, a menos que se lo demos. Por consiguiente, no le des nada que él pueda utilizar. No le des tus palabras, ni tus acciones y menos una pizca de tu fe.

En lugar de eso, dale todo a Jesús. Dale a Dios todas las oportunidades para que obre en tu vida. No al diablo.

Ahora bien, te advertiré algo, a pesar de que el diablo es el más grande perdedor, tiene algo a su favor; es persistente cuando se trata de maldecir. Él no es victorioso, pero sí es tenaz. Por tanto, debes ser agresivo con él.

Kenneth solía ilustrar esto describiendo cómo reaccionaría su madre si un cerdo sucio entrara a su sala. Siempre fue muy fácil para mí imaginar esa escena, pues la madre de Kenneth era una mujer muy fuerte y valiente, y tenía sus muebles de la sala de color blanco. Si un cerdo sucio hubiera tratado de acercarse a esos muebles, ¡ella lo hubiera sacado de la casa de inmediato!

Ella no le hubiera hablado al cerdo con delicadeza. Tampoco le habría pedido de manera gentil que saliera de su sala. Con todas sus fuerzas, hubiera impedido que el cerdo entrara a su casa. Y no sólo le hubiera gritado, sino que hubiera tomado la escoba y lo habría sacado a escobazos.

Así debemos actuar nosotros. Después de todo, espiritualmente hablando, también tenemos una sala blanca. Fuimos lavados con la sangre de Jesús, y quedamos blancos como la nieve. Nuestra vida ha sido formada por Dios, y Su deseo es que vivamos en abundancia.

¡Así que, hagámoslo! Vivamos por fe, tomemos autoridad sobre el diablo y triunfemos sobre cualquier problema. Atravesemos cualquier prueba de fuego como lo hicieron: Sadrac, Mesac y Abednego—sin ninguna quemadura, ¡y oliendo como una rosa!—

Texto extraído de: Revista LVVC – Edición mayo 2014, página 4