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mayo 26, 2014

Agentes de prosperidad para el reino de Dios (por Kenneth Copeland)

5-14_kennethHace 47 años, cuando era un estudiante de la universidad de Oral Roberts, tuve la oportunidad de almorzar con el gran evangelista T. L. Osborne. Estaba tan emocionado al respecto que una hora antes de reunirme con él, se me erizó todo el cuerpo. Si sabes algo acerca del hermano Osborne puedes entender a qué me refiero.

Había algo extremadamente poderoso acerca de él. El conocía a Dios y tenía un ministerio de milagros. El hermano Osborne ya partió a la presencia del SEÑOR; sin embargo, durante su estadía en la Tierra, su ministerio fue uno de los más sobresalientes que el mundo jamás haya visto.

Nunca olvidaré la primera reunión que tuve con él. Antes de ordenar la comida, me miró a los ojos y me preguntó: “¿Kenneth, te gustaría saber cómo volverte rico?”.

Mi situación financiera era precaria en aquel entonces, así que no pensé dos veces como responderle.

“¡Sí!”, le respondí.

“Encuentra a un predicador al que Dios le haya encomendado una obra muy grande y financieramente imposible, ve a ese lugar y ayúdalo a llevarla a cabo.”

Con esas palabras, el hermano Osborne, me introdujo a un principio económico celestial. Lo recibí en mi corazón, lo puse en práctica y —evidentemente— el SEÑOR me enriqueció. Dios me llevó de ser una persona tan pobre, que si mudarme de la ciudad requería de un dólar, no hubiera podido hacerlo, a una vida llena de fe para prosperar al punto que puedo hacer todas las buenas obras que Él me ha llamado a hacer, y aun así puedo tener mucho más de sobra para disfrutar. El me enseñó a ser una persona que no sólo recibe, sino que da; y en el proceso, me reveló que como creyente he sido llamado a ser: “Un agente de prosperidad para el reino de Dios”.

Aunque me tomo este llamado de manera muy personal y lo disfruto al saber que no tiene límites, sé que no es algo exclusivo para mí. Sino que es parte del llamado de todo Cristiano.

El deseo de Dios es que todos vivamos en esa gracia abundante, a fin de: “…que siempre y en toda circunstancia tengan todo lo necesario, y abunde en ustedes toda buena obra” (2 Corintios 9:8). Dios anhela que cada creyente sea lo suficientemente rico, con el propósito de ser todo el tiempo una BENDICIÓN financiera constante para otras personas.

Lamentablemente, a muchos cristianos se les ha enseñado durante muchos años (¡en la iglesia de todo lugar!), que la voluntad de Dios es que algunas personas sean pobres. Sin embargo, ésa es una mentira anti-bíblica. La pobreza nunca ha sido parte del plan de Dios para nadie. Él la odia. La pobreza es un agente exterminador y destructor de las personas. Es parte de la maldición, Dios no es la fuente de la pobreza.

Dios jamás ha hecho a alguien pobre.

Al contrario, veamos lo que dice en Deuteronomio 15:4: “Entre ustedes no deberá haber pobres, porque el SEÑOR tu Dios te colmará de bendiciones en la tierra que él mismo te da para que la poseas como herencia” (NVI). Él está tratando de sacar las personas de la pobreza. Por esa razón, incluyó la prosperidad dentro del plan de redención. Y también es una de las razones por las cuales Jesús, siendo rico, se hizo pobre para que: “…con su pobreza ustedes fueran enriquecidos” (2 Corintios 8:9).

¡Deja que comiencen los milagros!

“Bueno hermano Copeland, todo eso suena muy bien, y en realidad me gustaría tener suficiente dinero para BENDECIR a algunas personas; ya sé que me vas a decir que haga lo mismo que te dijo el evangelista. Vas a decirme que dé, pero francamente, no puedo hacerlo”.

Te entiendo, pues yo tampoco tenía suficiente dinero cuando comencé con todo esto. En 1967, cuando el SEÑOR me pidió en una de las reuniones del hermano Oral Roberts que me convirtiera en colaborador financiero, dando USD $10 al mes, no tenía ni diez centavos. Pero, sabiendo en mi corazón que Dios me había hablado, estaba tan determinado a dar que tomé el pequeño lápiz que me habían pasado con las tarjetas de colaborador, y lo metí en el sobre que me dieron; luego lo deposité en el arca de las ofrendas.

Y dije: “SEÑOR, esto es todo lo que tengo ahora, así que eso representará mi compromiso.  Quiero que sepas que en cuanto tenga los USD $10, los daré”.

En ese preciso momento, una señora que estaba sentada unas filas atrás, me gritó: “¡Oye tú!”, miré a mi alrededor para buscar a quién le estaba hablando, y me di cuenta que me estaba apuntando a mí. Y aunque no había forma de que esa señora hubiera escuchado mi oración, estaba agitando con su mano la respuesta a mi oración; en la dirección donde yo me encontraba. Y me dijo: “¡Ven aquí! El SEÑOR me pidió que te diera estos USD $10”.

Emocionado, tomé los 10 dólares que ella me dio, saqué el sobre que había dado junto con el lápiz, y deposité el dinero.

Desde ese día, comencé a recibir milagros de USD $10, uno tras otro. Y en el transcurso de un tiempo, esos USD $10 se incrementaron  y se convirtieron en USD $20.

Uno de los milagros más inolvidables ocurrió una tarde cuando Gloria, los niños y yo nos dirigíamos hacia Oklahoma desde Tulsa. Tenía agendada una reunión en ese lugar, y había gastado hasta el último centavo que tenía para llenar el tanque de gasolina de nuestro auto, un viejo Oldsmobile en muy mala condición. Cuando llegamos a las afueras de la ciudad, era hora de la cena y los niños comenzaron a decir: “¡Papi, tenemos hambre! ¿A qué hora vamos a comer?”.

“En cualquier momento”, les respondí. No mencioné que no teníamos dinero para comprar comida. Y Gloria tampoco lo hizo.

Gloria sólo sonrió, y creyó en Dios conmigo.

Unos kilómetros más adelante, pasamos por un lugar donde había restaurantes por todos lados y los niños comenzaron a gritar más fuerte. Pero  algo más atrajo mi atención: era un pedazo de papel verde que pasó frente a mi automóvil, y se quedó atorado en la medianera que dividía la avenida.

“¡Dinero!” exclamé.

Gloria me miró sorprendida.

“¿Qué?”, me preguntó.

“Acabo de ver dinero volando por la calle”.

Hice un giro en U, regresé, y encontré un billete de USD $20 pegado a la medianera; lo quité de ahí, me subí al automóvil y les pregunté a mis hijos: “¿Dónde quieren comer?”.

Cosas como esas nos sucedieron semana tras semana. Recibíamos una bendición tras otra, y nunca pasó un mes sin que ofrendáramos nuestra semilla al ministerio del hermano Roberts, o en cualquier otro lugar en donde Dios nos guiaba a sembrar.

Liberémonos de la mentalidad de escasez

“Si, pero hermano Copeland, ese tipo de cosas te suceden porque eres un predicador”.

No, no es por eso, La razón por la esas cosas me pasan es porque Dios cumple Su PALABRA, en la cual se nos enseña que: “(Dios) quien provee la semilla para la siembra y el pan para alimentarnos, también provee y multiplica tus (recursos para) sembrar e incrementar los frutos de tu justicia… a fin de que seas enriquecido en todas las áreas, y de esa forma puedas ser generoso, y…así dar gracias a Dios”
(2 Corintios 9:10-11, AMP).

Quizá digas: “Pero no puedo ver cómo Dios hará esas cosas por mí, en especial sabiendo cómo está la economía  en estos días”.

No sabes cómo, porque aun estás viendo las cosas conforme al sistema de este mundo babilónico. Todos los que viven bajo ese sistema, no importa cuánto dinero posean, sólo piensan en escasez y pobreza. Incluso las personas adineradas del mundo viven con el constante temor a perder su dinero, y eso se debe a que mantienen pensamientos de escasez en su mente.

Como creyente, no debes pensar de esa forma, pues has sido liberado de la mentalidad de escasez. Puedes sumergirte en la PALABRA, y descubrir lo que la misma dice acerca del plan de Dios para prosperarte. Deja de conformarte a este mundo y “…transfórmense por medio de la renovación de su mente…” (Romanos 12:2).

Entre más lo hagas, más dejarás de pensar como una persona mundana que está atada a la economía de este mundo; y comenzarás a verte de la manera en que Dios te ve.

Uno de los errores más grandes que puedes cometer

¿Y cómo Dios te ve exactamente?

Él te ve de la misma manera que Jesús vio a Sus discípulos durante Su ministerio terrenal. ¿Recuerdas lo que Él les dijo cuándo quería alimentar a la multitud hambrienta en aquel lugar desértico y desolado? Jesús les dijo: “…Denles ustedes de comer”.

Jesús no buscó a alguien lo suficientemente rico para pedirle que comprara comida para esa multitud de personas. Tampoco buscó a un granjero rico que acabara de recoger una gran cosecha. Él les pidió a Sus discípulos que los alimentaran porque ellos eran Sus agentes de prosperidad.

No obstante, al igual que muchos cristianos en la actualidad, Sus discípulos pensaron que no calificaban, y debido a eso, protestaron: “…Aquí tenemos sólo cinco panes y dos pescados.” (Mateo 14:17).

Obviamente eso no era suficiente ni siquiera para comenzar a satisfacer la necesidad, pero Jesús no se preocupó. Él sabía que Su Padre se encargaría de multiplicar ese poco de comida, hasta que la multitud quedara tan saciada que sobraría. Por esa razón, les indicó: “…Traédmelos acá”.

Uno de los errores más grandes que puedes cometer cuando Dios te llama a hacer algo, es mirar tus propios recursos y ver si calificas para ese llamado. ¡Dios ya vio que calificabas desde el momento en que te llamó!

Cuando Dios te dice: Da esta ofrenda, o Suple esta necesidad, significa que Él ya te ha provisto más que suficiente para que puedas hacerlo. Tu responsabilidad simplemente consiste en que traigas lo que tienes ante Él. Luego, Dios multiplicará eso que traes, y hará a través de ti y por ti, más allá de lo que puedas pedir o pensar.

Conozco a un hombre que descubrió esa verdad hace muchos años, en un momento de su vida cuando todo indicaba que no tenía la capacidad financiera de BENDECIR a nadie. Este hombre era un ex empleado de una de las fábricas más grandes de automóviles, y había tenido que jubilarse antes de tiempo por problemas físicos y de salud. El cheque que recibía por su discapacidad no era suficiente para cubrir sus gastos mensuales, y encima de eso, no gozaba de buena salud para trabajar, así que no sólo necesitaba sanidad, sino también un milagro financiero.

Este hombre fue a una reunión de sanidad de Oral Roberts, y durante el tiempo de la ofrenda, él estaba sentando con USD $5 en su bolsillo. Era todo lo que tenía para sobrevivir el resto del mes (y aún faltaba mucho tiempo para que el mes terminara). Pero escuchó al hermano Roberts predicar acerca de la importancia de sembrar en el reino de Dios, y se dispuso a escuchar con su corazón las instrucciones que el SEÑOR deseaba que siguiera.

Cuando el SEÑOR le pidió que ofrendara los cinco dólares que tenía, le contestó: “¡Está bien, SEÑOR Jesús! Aquí está. Es todo lo que tengo. Tú me dijiste que lo diera, y eso es lo que estoy haciendo”. El recibió su sanidad, pero eso no fue todo.

Después de un tiempo, mientras trabajaba en su casa, comenzó a sentir la necesidad de subir al ático, y sacar unos planos que había diseñado hacía algunos años para un componente de la tracción en camionetas 4×4. El SEÑOR le dijo: Quiero que tomes esos planos y que se los enseñes a tus antiguos jefes.

“Pero ya lo hice, y se burlaron de mí sacándome de la reunión”, se quejó.

Esta vez no se burlarán de ti, porque Yo estoy yendo contigo.

Y así sucedió; los ingenieros aceptaron ver los planos del hombre una vez más, y esta vez quedaron asombrados. Y le dijeron: “¡Esto es exactamente lo que hemos estado buscando!”. La compañía le compró el diseño, y desde ese día, cada vez que esa compañía vende una camioneta con tracción 4×4, este hombre hizo dinero.

¿Sabes qué hizo con ese dinero?

Se convirtió en uno de los donantes más importantes de ORU. Éste fue el plan de Dios todo el tiempo. El nunca vio a ese hombre como alguien pobre porque, como un creyente nacido de nuevo, él no lo era. Aun cuando aquel hombre sólo tenía USD $5 en su bolsillo, él era un Agente de prosperidad del reino de Dios.

Esa misma verdad es para ti. El SEÑOR Jesús te ha llamado y dado el poder para que seas una BENDICIÓN financiera para la humanidad. No importa en qué estado se encuentre tu cuenta bancaria ahora mismo, tú no eres pobre. Tú eres coheredero con Cristo, y un heredero al trono.

Incluso si estás en bancarrota y no tienes nada para sembrar, pon tu mirada en Dios y Él te proveerá. Luego, Él te mostrará en dónde debes sembrar esa semilla, y la multiplicará e incrementará.

Así que, activa tu fe para recibir la gracia de dar y ponte a Su disposición. Declara: “Señor, estoy a tu disposición. Quiero que me conviertas en una BENDICIÓN para alguien. ¡Dame una necesidad para suplir y haz que sea una gran, gran, GRAN necesidad! ¡Permíteme alimentar a 20.000! Déjame hacer lo que el hermano Osborne dijo, encontrar a un predicador con una obra que sea muy grande para él, y déjame involucrarme y ayudarlo a llevarla a cabo”.

No te escondas debajo de la banca que esta frente al altar, esperando que Dios no te llame porque tienes muchas facturas que pagar. No pienses más en esas facturas. Deja de enfocarte en ti mismo, y comienza a enfocarte en los demás. Y en lugar de decir: “No puedo dar”, haz lo mismo que hice cuando por primera vez me inscribí en el equipo de fútbol americano de la escuela primaria: ¡Yo estaba determinado a jugar!

Durante el primer partido de la temporada, el entrenador trató de dejarme sentado en la banca; sin embargo, yo no podía quedarme sentado ahí. A intervalos regulares, salía de la banca y le gritaba: “¡entrenador, quiero entrar a jugar! ¡Yo puedo hacerlo!”. El entrenador me pedía que me sentara, pero cuando trataba de quedarme sentado, sentía que mis pantalones tenían resortes y volvía a salir de la banca.

Mientras más veas en la PALABRA de Dios quién realmente eres, y para qué has sido llamado, tendrás más entusiasmo para dar y ganar almas para Jesús. Te levantarás cada mañana, y le dirás al SEÑOR: “Muéstrame una persona a la que pueda BENDECIR. ¡Entrenador, quiero entrar al juego! ¡Yo puedo hacerlo!”.

Vivirás cada día como un Agente de prosperidad para el reino de Dios.

Texto extraído de: Revista LVVC – Edición mayo 2014, página 28