Como creyente debes darle respuesta a esa interrogante al prestarle atención a la instrucción de Colosenses 3:17: «Y todo lo que hagan o digan, háganlo como representantes del Señor Jesús y den gracias a Dios Padre por medio de él» (Nueva Traducción Viviente). Cualquiera que sea la celebración, deberías hacerla para honrar y glorificar a Dios el Padre.
Ya sea que pongamos el árbol de Navidad o no, honramos el verdadero sentido de la Navidad al celebrarla como una oportunidad para renovar nuestra mente en el hecho de que el amor de Dios en realidad habitó entre nosotros en la persona de Jesucristo. Ya no veamos a Jesús como un bebé, sino como un hombre que se levantó de entre los muertos, y que está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros cada momento del día. Nosotros damos regalos y compartimos nuestro amor, los unos por los otros, de la misma manera que Dios compartió Su amor y nos dio el regalo más grande de todos: Jesús. Tomemos esa temporada como un tiempo para alabar y adorar a nuestro Dios.
Es cierto que históricamente algunas personas cortaban árboles de los bosques, les daban formas y los adornaban para convertirlos en su “dios” (Jeremías 10:2-5). Si colocas un árbol de Navidad en tu casa con el mismo objetivo —alabarlo como un dios pagano, estarías haciendo lo mismo que las personas de ese pasaje—. Sin embargo, tener un árbol de Navidad en tu casa no significa que eres un pagano, y tampoco significa que lo estás adorando; pues juega el mismo papel que un cuadro en la pared, cuyo único papel es decoración de la época.
En Colosenses 2:16, dice que no debemos permitir que nadie nos juzgue en esas cosas. Por tanto, una vez más te recordamos que el Espíritu Santo es tu guía. Si siempre mantienes a Cristo como el centro de tu vida a diario, entonces cada día le pertenece al Señor.