«El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.»
(Romanos 8:16-17)
Coherederos con Cristo. ¡Qué poderosa frase! Si alguna vez se ha sentido tentado a dudar de cuán grande es el amor que Dios le tiene, o si alguna vez se ha preguntado si ocupa un lugar especial en Su corazón; recuerde lo siguiente: Dios lo ha hecho coheredero con Cristo.
Usted no es como un segundo beneficiario, y tampoco ocupa un lugar inferior al de Jesús. Cuando usted aceptó a Jesús como su SEÑOR y Salvador, no sólo lo recibió a Él; sino también Su posición de justicia ante Dios y todo lo que Él le ha dado a Jesús.
¿Qué incluye eso? ¡Todo! En Hebreos 1:2, se nos enseña que Jesús es heredero de ¡todas las cosas!
Quizá alguien argumente: “Lo sé, sin embargo, en Romanos 8:17, se nos enseña que debemos sufrir para recibir nuestra herencia. Tenemos que permitir que el diablo nos azote durante un tiempo con pobreza, enfermedades y dolencias; a fin de que podamos darle al Señor algo de gloria, ¿cierto?”.
¡No! Permitir que el diablo traiga de nuevo los efectos de la maldición, de los cuales ya fuimos redimidos; no glorifica en nada a Jesús ni a nosotros. No honramos a Dios cuando permitimos que la pobreza y la enfermedad vengan sobre nosotros, ni tampoco lo honramos cuando pecamos.
Nuestro sufrimiento debe ser espiritual — no físico—. Y éste proviene de la presión de permanecer firmes en fe y paciencia; incluso cuando las cosas parecen no tener esperanza. Dicho sufrimiento, también proviene de permanecer firmes y en contra de todas las cosas por las cuales Jesús murió en la Cruz. Él llevó nuestros pecados, a fin de que pudiéramos resistir al pecado. Llevó nuestras enfermedades, por tanto, resistamos la enfermedad. Y llevó nuestra pobreza; así que resistamos la escasez.
Algunas personas piensan que debemos esperar hasta llegar al cielo para disfrutar de nuestra herencia con Jesús. Creen que necesitamos esperar hasta que muramos para participar del festín que se nos describe en el Salmo 23. Sin embargo, no es así. En ese Salmo se nos enseña que Dios ha preparado mesa para nosotros en presencia de nuestros enemigos; por tanto, no es un festín celestial, ¡porque allá no tendremos enemigos!
Se supone que debemos disfrutar de esa mesa aquí y ahora. Todo lo que está descrito en ese Salmo nos pertenece. Y nuestro Padre espera que peleemos la buena batalla de la fe para tomar nuestro lugar. Dios espera que tomemos nuestra silla, que quitemos al diablo y digamos: “¡Papá podrías alcanzarme el pan!”.
Si piensa que no tiene derecho para reclamarlo, piénselo de nuevo. Su Padre lo ama tanto que lo ha hecho coheredero con Cristo. A usted se le entregó el lugar de Él en la mesa. Y todo lo que lo que Él tiene, le pertenece a usted, ¡en Su grandioso nombre!