«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas,
pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se
recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da
buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos»
(Mateo 7:15-18).
No fuimos llamados a juzgar ni a criticar a los líderes cristianos; sin embargo, necesitamos inspeccionar el fruto de ellos. Antes de proponernos seguir la enseñanza de alguien o imitar su estilo de vida, tenemos que examinar el fruto en la vida de esta persona. Debemos observar en ellos no sólo la popularidad, los dones espirituales espectaculares o su éxito en el ministerio; sino también la evidencia de que están viviendo conforme al fruto del espíritu —el primero y el más importante de éstos es el amor—.
No importa qué tan bueno sea alguien profetizando o realizando milagros, si no está siguiendo el camino del amor, no está siguiendo a Dios; por tanto usted no debe seguirlo. Quizá estas personas se denominen apóstoles, profetas, pastores, maestros o evangelistas. Incluso pueden tener el llamado y la capacidad para obrar en estas áreas. Pero si no viven en amor, al final, terminarán apartándose del camino.
El apóstol Pablo tenía los dones ministeriales más poderosos que la Iglesia haya visto; sin embargo, nunca expresó: “Síganme porque soy un apóstol”, tampoco manifestó: “Síganme porque tengo un ministerio mundial”. Él declaró: «Imítenme a mí, como yo imito a Cristo» (1 Corintios 11:1, NVI).
Jamás se impresionen por la posición de un líder o por el éxito que pueda tener, sin antes haber examinado el fruto de su vida. Si halla buen fruto, sígalo. Si no lo encuentra, no lo critique ni lo condene. No hable mal de ellos con las demás personas, sólo ore por ellos; y busque a alguien que sí tenga buen fruto en su vida. Busque a un líder que viva en amor y que manifieste el fruto en su vida: gozo, paz, paciencia, fe, bondad y templanza. Busque a alguien que tenga una vida —y no sólo una enseñanza— que pueda seguir.
Cuando lo haga, recuerde que también tiene la responsabilidad de guiar a otros. Aunque usted no haya sido llamado a un ministerio de tiempo completo, o a uno de los cinco ministerios en la Iglesia; fue llamado a ser un ejemplo para los creyentes jóvenes. Por tanto, sea un buen ejemplo. Déles a quienes lo rodean, o a quienes sean menos maduros en el SEÑOR, una oportunidad de examinar su fruto. Permita que encuentren en usted una vida que ellos puedan seguir —una vida llena de amor—.