«No pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos»
(Marcos 6:5-6, RV95).
¡Prepárese! Porque la unción se está incrementando en la vida del pueblo de Dios. La unción está fluyendo con gran poder, no sólo en los ministerios de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros; sino también en la vida de mecánicos, amas de casa, programadores de computadoras y dependientes de mostrador. Se está acrecentando en la vida de los creyentes en todo lugar.
De la misma manera en la que el mensaje del Ungido y Su unción fue predicado en el Nuevo Testamento, así también el poder de Dios se derramó sobre el pueblo. Sin embargo, así como ocurrió en ese entonces, hay algo que puede impedir el poder de la unción y yo quiero advertirle al respecto. Quiero ponerlo en alerta para que el diablo no pueda escabullirse y robarle la gloria que está por venir.
Pero ¿qué es eso tan malo que pueda obstaculizar la unción? Es el ofenderse por el mensaje de Jesús. Usted podría decir: “Hermano Copeland, yo nunca me sentiría ofendido por el mensaje de Jesús”. No cabe duda que esto fue lo mismo que pensó la gente de Nazaret antes de que Jesús llegara a predicar a su sinagoga.
Ellos se habrían burlado ante la idea de ofenderse por las Escrituras. Después de todo, las habían estudiado durante toda su vida. No obstante, sí se ofendieron. Dese cuenta, estas personas habían estado esperando la unción. Nunca se imaginaron que fuera el muchacho que vivía en la siguiente cuadra del vecindario.
Ellos pensaban que Jesús era tan sólo el hijo de María y del propietario de una carpintería; y se ofendieron cuando Él les dijo que estaba ungido (Lucas 4:18). Por tanto, Él no pudo hacer obras poderosas allí porque la incredulidad de esas personas y sus ideas religiosas provocaron un corto circuito con la unción (Marcos 6:5-6).
Si usted lee los evangelios, descubrirá que esa actitud de ofensa fue lo que detuvo el fluir de la unción de una manera exitosa. No fue el pecado ni la vileza, sino que fue el ofenderse por el mensaje de Jesús, lo cual impidió que ésta fluyera. En Marcos 4, en la parábola del sembrador, Jesús enseñó que el sentirse ofendido obstaculiza que la Palabra produzca vida en la persona. La ofensa le abre el camino a Satanás para robar la Palabra y obstruir su fe (Romanos 10:17).
La fe es la portadora de la unción, y al obstruirse; ya no hay nada que remueva cargas y destruya yugos. Entonces ya no se cumple el propósito de la unción. Examine su corazón. Tome la decisión de calidad de nunca más volver a sentirse ofendido, y de no soltarse de la unción a causa de esto. Nos encontramos en los últimos días, la gloria de Dios está llenando la Tierra, y Él lo está haciendo a través de usted; por tanto, ¡rechace lo que pueda impedir el fluir de la unción!
Declare la Palabra:
Yo tengo una gran paz, ya que amo la ley de Dios y nada me hará sentir ofendido
(Salmos 119:165).