«Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí,
por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos»
(2 Corintios 4:13).
Todos atravesamos por momentos en los que no sentimos el amor de Dios. Existen ocasiones, en las cuales nos encontramos atravesando grandes dificultades y pruebas que humanamente hablando, no pareciera que Dios cuidará de nosotros. Es en esos momentos, cuando somos tentados a expresar cosas absurdas como: “Sé que Dios me ama, sin embargo, siento que Él está demasiado lejos de mí. Si hiciera algo para probarme que está cerca, me ayudaría. Si tan sólo pudiera ver Su rostro o sentir Su gentil toque sobre mi frente, yo creería”.
Esa clase de pensamientos son incorrectos. La fe en el amor de Dios, no surge por ver el rostro de Jesús o sentir Su mano. La fe en su amor proviene, al igual que otros tipos de fe — ¡por oír la PALABRA de Dios!—.
Una vez que hayamos escuchado la PALABRA referente al amor de Dios, no tendremos porque depender de si lo sentimos o no en nosotros. No debemos utilizar nuestros ojos físicos para comprobar si la PALABRA es verdad. Nuestra responsabilidad es creer esa PALABRA, y confesarla como es debido.
De hecho, cuando no sentimos el amor de Dios, es cuando más convencidos debemos estar, pues esos momentos son los que el diablo utiliza para aprovecharse de nosotros. En esos instantes ejerce presión sobre nuestra carne, y sobre nuestras emociones; intentado hacer que abramos nuestra boca y confesemos palabras que le permitan causar estragos en nuestra vida.
No se lo permita. Tampoco actúe por lo que siente o por lo que ve. Quizá sienta una sequía espiritual, la cual nunca antes había sentido en su vida; sin embargo, eso no cambia la situación. En la PALABRA se nos afirma de continuo que Dios lo ama, y que Él jamás lo dejará ni lo desamparará.
Por tanto, en lugar de ceder ante el espíritu de duda, mantenga el espíritu de fe. Crea y confiese la verdad acerca del amor de Dios. No importa cómo se sienta en su carne, abra su boca y comience a alabar al SEÑOR por Su misericordia, y declare: No importa cómo me pueda sentir, la verdad es que mi Dios me ama. Jesús me amó lo suficiente como para dejar Su gloria, venir a la Tierra y morir por mí. Me amó tanto que fue al infierno por mí. Y ahora me ama tanto que vive por siempre ¡para interceder por mí! Él prometió estar conmigo hasta el fin del mundo, y yo creo que se encuentra aquí ahora mismo, ¡amándome y cuidándome!
Si usted cree y declara esta confesión, esos sentimientos de sequía espiritual comenzarán a cambiar. Sus viejas emociones carnales, serán reemplazadas por el mover del espíritu; y en poco tiempo usted estará danzando, no sólo creyendo y confesando; sino también experimentando la verdad de Dios. Todo su espíritu, alma y cuerpo se regocijarán en la revelación del maravilloso amor de Dios.