«No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no
desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y
mayormente a los de la familia de la fe»
(Gálatas 6:7-10).
¿No sería maravilloso que usted recibiera de forma continua bendiciones inesperadas? ¿No sería grandioso que el amor de Dios pareciera alcanzarlo e inundarlo una… y otra…y otra vez?
Tan sorprendente como se pueda escuchar, ésa es con exactitud la clase de vida que nosotros, como creyentes, estamos destinados a disfrutar. Y para recibirla, debemos cultivar el espíritu, viviendo constantemente en amor. Al tomar cada oportunidad que Dios nos dé para hacerle el bien a los demás, y para permitir que las fuerzas del amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio fluyan de nosotros; podremos poner en marcha una cosecha de vida que nos traerá LA BENDICIÓN todos los días.
Lo opuesto también es verdad. Si invertimos nuestros días en el pecado y la contienda, cediendo ante nuestra carne en lugar de obedecer los consejos del Espíritu, cosecharemos miseria. Si somos demasiado holgazanes y egocéntricos, y no dejamos el control de la televisión y el sofá; a fin de realizar algunas cosas por los demás, en el futuro nos encontraremos lastimados y solos. Si somos severos y criticamos a las personas que nos han fallado, cuando necesitemos misericordia, los demás nos juzgarán.
En la Biblia se nos enseña que la paga del pecado es muerte. Aunque, como creyentes, hemos sido redimidos por medio de la sangre de Jesús del castigo eterno de la muerte, la paga del pecado sigue siendo muerte. Si continuamos viviendo en pecado al desobedecer el mandamiento del amor, el resultado de nuestro pecado vendrá y carcomerá la calidad de nuestra vida. Esas semillas de la carne que hemos sembrado darán fruto y corromperán nuestras relaciones, nuestra salud y nuestro éxito.
Si usted ha sembrado algunas semillas de la carne en el pasado (algo que todos hemos hecho), arrepiéntase de haberlo hecho. Reciba la purificación de la sangre de Jesús, declare un fracaso sobrenatural sobre esa cosecha y reciba la misericordia de Dios; a fin de que no tenga que comer el fruto de sus caminos.
Luego comience a trabajar en su cosecha de BENDICIÓN. Pídale al Espíritu Santo que le ayude a encontrar oportunidades de alcanzar a otras personas en amor. Deles una… y otra… y otra vez la bondad y el amor que a usted le gustaría recibir. Cuando su tiempo llegue, cosechará… cosechará… y cosechará ¡las más ricas recompensas de parte de Dios!