«…Y alabaré de mañana tu misericordia; porque has sido mi amparo y refugio en el día de mi angustia. Fortaleza mía, a ti cantaré; porque eres, oh Dios, mi refugio, el Dios de mi misericordia.»
(Salmos 59:16-17)
De vez en cuando, escucho como algunas personas acusan a los predicadores de fe, por decirles a las personas que si creen en Dios, no volverán a tener problemas nunca más. En lo personal, jamás he escuchado a ningún predicador decir algo así; tampoco creo que haya alguien tan ingenuo como para creer algo así. Mientras vivamos en este planeta, el diablo intentará destruir nuestra vida. Jesús lo expresó de manera muy clara: «… En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33, NVI).
Entonces, ¿de dónde sacan las personas la idea de que los predicadores de fe pregonamos una vida libre de problemas? Quizás sea por la actitud que tomamos ante los problemas. Pues no nos atribulamos por las aflicciones que vienen a nuestra vida, debido a que confiamos en Dios, y en la revelación que tenemos de cuán poderoso es Él y de cuánto nos ama. Tampoco nos quejamos o lloramos por las aflicciones, pues creemos que Jesús ya venció; y confiamos en que Él nos defenderá. Somos conscientes de nuestro pacto de amor con Dios, por tanto, permanecemos a la expectativa de que usará todo Su poder para protegernos y llevarnos a la victoria.
Cuando pienso en la implacable protección del amor de Dios, y en la valentía que ésta inspira; viene a mi mente la historia de un amigo quien se encontró con un grupo de elefantes, en un coto de caza, durante su visita a África. Él y el guía se acercaron para contemplar mejor a los animales; cuando de pronto un enorme elefante se les puso enfrente, levantó su trompa y realizó una señal de advertencia. Les hizo saber que si daban un paso más, los aplastaría como si fueran una uva.
En un segundo, comprendieron la razón de la amenaza del elefante. Detrás de ese enorme elefante estaba su cría, y se dieron cuenta que para el padre, ellos representaban una amenaza. Por demás está decir que de inmediato, dieron marcha atrás.
Usted al igual que yo sabe muy bien que ese pequeño elefante era ajeno a lo que estaba pasando. No estaba, preocupado ni molesto. ¿Está usted seguro? Por supuesto que sí. ¿Por qué habría de preocuparse si su gigantesco padre estaba de su lado? ¿Por qué desperdiciaría un solo segundo preocupándose? Si quien se comprometió a cuidarlo puede aniquilar a cualquier enemigo.
El pequeño elefante no estaba atribulado. Dejó toda la situación en las manos de su padre y se sentó a disfrutar, viendo como su padre se encargaba de la situación por él. Así es como usted debe actuar. Después de todo, el Dios todopoderoso es nuestro Padre, y el SEÑOR Jesús es nuestro Hermano de pacto. Y ambos nos han prometido nunca dejarnos, ni abandonarnos. Ellos nos aman con Su implacable protección de amor.
Con ellos de nuestro lado, ¿por qué deberíamos permitir que los problemas nos atribulen?