«La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples. Mi boca abrí y suspiré, porque deseaba tus mandamientos. Mírame, y ten misericordia de mí, como acostumbras con los que aman tu nombre. Ordena mis pasos con tu PALABRA…»
(Salmos 119:130-133)
Es lamentable cuán poco de la BENDICIÓN del padre reciben Sus hijos. Pues en Su amor, Él ha provisto todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Él pagó esas bendiciones con Su propia sangre y las ha reservado para nosotros, a fin de que las tomemos cada vez que lo deseemos. También, nos dio descripciones detalladas de éstas en Su PALABRA para que podamos alcanzarlas y tomarlas con las manos de la fe.
Sin embargo, una y otra vez, lo hemos privado del deleite de vernos recibir esas provisiones. Sin duda, Su amoroso corazón de Padre se ha entristecido cuando nos mira sufrir escasez sin necesidad alguna, debido a que no hemos leído o hemos creído Sus promesas. Y no hemos tomado Su PALABRA en serio.
Hace años, escuché una historia acerca de una mujer que por mucho tiempo sirvió como dama de compañía a la reina de Inglaterra. Ella inició su servicio cuando era joven y vivió la mayor parte de su vida en el palacio. Jamás aprendió a leer ni a escribir, y cuando la reina murió y ella fue destituida del servicio real, quedó como indigente —una anciana mujer sin la esperanza de un empleo remunerado—.
Por años, esa dama vivió en pobreza en una pequeña choza cerca del río. Un día, un predicador fue a visitarla pues había escuchado de su glorioso pasado, y le preguntó: “¿Es verdad que pasó toda su vida al servicio de la reina?”.
«¡Oh, sí! —le respondió, irradiando orgullo—. Yo serví a su señoría por mucho años. Tengo una prueba colgando aquí en la pared».
Intrigado por este pedazo de historia, el predicador se aproximó para examinar el documento el cual había sido enmarcado y poseía un lugar de honor en la pequeña casa. Mientras leía las palabras allí escritas, se consternó al descubrir la voluntad de la reina, en la cual ordenaba que en honor al fiel servicio de su dama de compañía, ella fuera ricamente provista de una casa, de sirvientes, ropa y comida por el resto de su vida. Y el documento estaba firmado y sellado por la misma reina.
Aunque la apreciable anciana, por años había honrado y estimado el testamento de la reina, jamás lo había leído ni entendido lo que se le prometió. Por consiguiente, nunca pudo tomar en serio la voluntad de la reina ni recibir lo que su majestad le había provisto.
No permita que esa triste historia se cuente acerca de usted. Determínese a averiguar lo que su Rey todopoderoso le ha provisto en abundancia. Déle a Su PALABRA —la cual es Su voluntad para usted— un lugar de honor, no sólo en su casa, sino también en su corazón. Permita que Su PALABRA le dé luz, a fin de que pueda creer y recibir ¡todas las abundantes BENDICIONES del SEÑOR!