«En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.»
(1 Juan 3:10)
Quizá usted piense que debido a que el amor es parte de su espíritu humano renacido, usted debería andar perfectamente en amor desde el momento en que nació de nuevo. Sin embargo, si ya lo intentó, de seguro descubrió que no es cierto. Aprendemos a caminar espiritualmente de la misma forma en que aprendimos a caminar cuando éramos niños. Al principio éramos inexpertos, frecuentemente tambaleábamos y caíamos; pero no nos desanimábamos, seguíamos intentando. Nos manteníamos practicando… practicando… y practicando hasta que lo logramos.
Sí nuestro espíritu ya es justo y amoroso, ¿por qué tenemos que ser tan diligentes en practicar conforme a esa justicia y a ese amor? Porque la justicia y el amor son ajenos a nuestra carne. Antes de entregarle nuestra vida al SEÑOR, nuestra carne tenía el hábito de comportarse de forma egoísta y sin amor. Como resultado, aun cuando nuestro espíritu renacido desea hacer el bien; nuestra carne es débil (Mateo 26:41).
¿Cómo podemos vencer esa debilidad? Primero: Tenemos que alimentar y fortalecer nuestro espíritu, dedicándole tiempo a Dios en la PALABRA y en la oración. Segundo: Debemos ponerlo en práctica dando pasos de fe y viviendo en amor. Si tambaleamos y caemos, en vez de desalentarnos; sólo arrepintámonos y recibamos el perdón. Luego levantémonos, y retomemos el camino. Sigamos practicando hasta que lo hagamos bien.
Si medita al respecto, ésa es la forma en que aprendemos a hacer todo, incluso a pecar. Aunque nacimos con una naturaleza de pecado, y a pesar de que el pecado está en nosotros de forma natural; tenemos que practicarlo para ser buenos pecando.
Por ejemplo, si usted era un fumador, la primera vez que fumó un cigarrillo, no le gustó y quizá hasta se haya enfermado si es como la mayoría de personas, se puso verde y empezó a toser. Pero continuó practicándolo hasta que pudo fumar uno o dos paquetes al día sin siquiera pensarlo.
El primer trago de alcohol que una persona bebe, por lo general, no le gusta. Pero si continúa practicándolo, desarrollará un deseo —es posible que hasta sea un anhelo— por éste; y terminará bebiendo alcohol todos los días.
Alabado sea Dios, ¡ese principio también funciona a la inversa! Cuando nacemos de nuevo y dejamos de practicar el pecado, deja de gustarnos. Las cosas pecaminosas que antes disfrutábamos ni siquiera nos llamaran la atención; y en vez de eso, desarrollaremos un deseo de andar en amor. Aunque al principio no podamos hacerlo bien, a medida que lo practiquemos podemos estar seguros que lo haremos bien.