«En el principio [antes de que existiera el tiempo] era la Palabra (Cristo), y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios mismo... Y la Palabra (Cristo) se hizo carne (se hizo humano, se personificó) y habitó (hizo su tienda, vivió) entre nosotros…»
(Juan: 1:1,14; AMPC)
La deidad del Señor Jesucristo es algo que nunca debería ser puesto en tela de juicio por ningún creyente nacido de nuevo. Nuestra salvación se basa en el hecho de que Jesucristo es Dios, la segunda persona de la deidad—Dios Hijo.
Juan, el discípulo y el apóstol amado, nos ayuda a despejar toda duda que pudiera existir al respecto en Juan 1:1,14. Cualquier persona que dude de lo que dicen esos versículos es posible que no haya nacido en el reino de Dios, porque la deidad de Jesucristo es el fundamento de nuestra fe.
Sin embargo, si buscas en los evangelios, descubrirás que Jesús, en Sus 33 años de vida terrenal, no anduvo anunciando que Él era Dios. En cambio, sí confesó ser el Hijo de Dios, el Mesías, y que Dios era Su Padre (lo que enfureció a los fariseos), pero nunca afirmó ser el Dios altísimo. De hecho, les dijo a los discípulos que Dios el Padre era mayor y más poderoso que Él (Juan 14:28).
La razón es simple: Él había venido al mundo no sólo como Dios, sino también como hombre. La Palabra dice que Jesús se despojó de Su poder divino y tomó la forma de un ser humano, con todas las limitaciones que eso implicaba. Pero como Dios era Su Padre, Jesús no nació con la naturaleza pecaminosa con la que nacen todos los hijos de Adán. Sin embargo, como nació de mujer, en todos los otros aspectos era hombre, y se llamó a Sí mismo el Hijo del Hombre o, literalmente, el Hijo de Adán.
Entonces, ¿cómo hizo todas esas obras tan poderosas? De la misma forma que Él espera que nosotros las hagamos hoy: por la unción y el poder del Espíritu Santo (Hechos 10:38). Él dijo: «Sino que el Padre, que vive en mí, es quien hace las obras».
¿Qué significa eso para nosotros? Significa exactamente lo que Jesús quiso decir cuando declaró que nosotros, como creyentes, podríamos hacer las obras que Él hizo (Juan 14:12).
Significa que, como hijos de Dios nacidos de nuevo y llenos del mismo Espíritu Santo, como Jesús lo fue, tenemos la oportunidad de hacer las cosas de la misma manera que Él las hizo cuando estuvo en la Tierra. De hecho, ése es Su verdadero propósito. Él nos precedió como hombre, y nos abrió el camino. Entonces, no nos limitemos a admirarlo por eso, sino a imitarlo en ello.
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