«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí
no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que
lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado»
(Juan 15:1-3).
Si hemos aceptado a Jesús como nuestro SEÑOR, todo el fruto del espíritu, incluyendo el fruto del amor, habita en nuestro interior. Sin embargo, para que ese fruto se desarrolle a su plenitud en nosotros, debemos ser podados. Dios tiene que cortar las ramas muertas de la carne que se adhieren a nosotros en el camino. Él debe limpiarnos de los pensamientos impíos que hemos adquirido del mundo.
¿Cómo nos limpia?
¡Con su PALABRA! Así leemos en Efesios 5:26, con: «…el lavamiento del agua por la palabra».
Dios no nos lava dos o tres veces. Lo hace una y otra, y otra, y otra vez. Eso se debe a que, hablando en el ámbito espiritual, vivimos en un mundo sucio, en una cultura impulsada por el egoísmo y el temor. El diablo constantemente nos bombardeada con estas mentiras: Dale a alguien un par de centímetros y se tomará un kilómetro y medio. Tienes que velar por ti mismo primero. Debes hacer por un lado a los demás, a fin de que puedas salir adelante.
Incluso sin darnos cuenta, esa clase de pensamientos están tratando de aferrarse a nosotros. Intentan contaminar nuestro corazón, e impedirnos que cedamos al fluir del Espíritu. Aunque el egoísmo no se encuentra en nosotros, vendrá sobre nosotros; y obstaculizará nuestra vida de amor; a menos que lo eliminemos.
Por esa razón, necesitamos tomar una ducha espiritual todos los días. Dios mismo realizará la limpieza, sin embargo, ¡es necesario que nosotros nos metamos al agua! Debemos enjabonarnos con Su PALABRA, y aplicarla a nuestra vida, de manera en que Él nos dirija. De la misma forma en que tomaríamos una barra de jabón, y restregaríamos nuestros sucios codos después de un arduo día de trabajo en el jardín. Debemos prestarle mucha atención a lo que leemos en la PALABRA acerca de nosotros. Necesitamos ¡escucharla, estar de acuerdo con ella, y obedecerla!
Humanamente hablando, la mayoría de nosotros ni en sueños saldríamos un día sin tomar una ducha. Estoy segura que no planearíamos una semana sin bañarnos. ¿Por qué? Porque nos ensuciamos, y en poco tiempo ¡comenzaríamos a oler mal!
Cuando desatendemos la PALABRA por unos cuantos días, nos ocurre lo mismo en lo espiritual. El olor del mundo comenzará a saturar nuestro pensamiento, y ¡comenzaremos a tener mal olor! En lugar de ser pacientes y amables, andaremos malhumorados y agresivos. Comenzaremos a enfocarnos en lo que los demás pueden hacer por nosotros, en lugar de lo que nosotros podemos hacer por ellos.
Por tanto, manténganse fragante en lo espiritual, y libre de esa clase de pensamientos. Permita que Dios lo limpie continuamente con el lavamiento del agua de la PALABRA.