«Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.»
(1 Juan 1:8-9)
Todos hemos cometido errores en nuestra vida cristiana. Sin importar cuán comprometidos estemos con el SEÑOR, hay momentos en que nos equivocamos. Sin embargo, eso no debe impedir que vivamos en victoria. Podemos seguir adelante sin desviarnos un solo paso, si somos prontos para reconocer nuestros pecados y arrepentirnos de ellos.
Algunos creyentes ven eso como algo difícil de hacer, pues no comprenden el amor y el perdón de Dios. Temen que Él los condene por sus errores y, como resultado, no están dispuestos a admitirlos… ni reconocerlos y tampoco a dejarlos.
Yo solía cometer el mismo error, sin embargo, hace años —mientras predicaba en una convención en Pensacola, Florida—, el SEÑOR me sacó de ese error. Hice algo en esa convención que no le agradó a Él. Fue un error y yo lo sabía, se lo confesé al Señor; pero aún no le había pedido que me perdonara. Toda la tarde me pasé expresando: ¡Eso fue terrible! SEÑOR . No podía ni orar ni prepararme para el servicio de aquella noche, pues tenía presente en mi mente lo que había hecho.
Llegué a la reunión, pero no podía entrar. Entonces declaré: SEÑOR, tendrás que conseguirte otro predicador para esta noche, pues no voy a predicar después de lo que hice.
De pronto, escuché la voz de Dios en mi corazón (había estado muy ocupado gritando y lloriqueando como para escucharlo). Él me dijo: Kenneth, no sé a qué te refieres, ¿qué hiciste?
—SEÑOR, Tú sabes bien qué hice. ¡Te he estado hablando de eso toda la tarde!
—¿Ya te arrepentiste?
—Sí, Señor.
—Bien, mi PALABRA afirma que Soy fiel y justo para perdonar tus pecados y limpiarte de toda injusticia, cuando los confiesas, no tres meses después, sino en ese preciso momento. A menos que creas que te estoy mintiendo al respecto, te sugiero que te olvides de ese error y disfrutes Mi perdón. Entra ahí, predica y Yo te ayudaré.
Esa revelación me impactó. Y vi la gracia y el amor de mi Padre, y eso produjo que mi alma se regocijara, y expresé: SEÑOR, ¡tuyo soy! ¡Vamos!
Entré a esa convención aquella noche, prediqué con la unción de Dios, y vi Su poder fluyendo sobre ese lugar. Él me trató como si yo nunca hubiera pecado. Desde aquel día, supe que no debí tener miedo de confesar mis pecados; y tampoco debía desperdiciar mi tiempo sintiendo condenación.