«Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.»
(Juan 14:13-14)
A menudo, durante los tiempos de oración y comunión con el SEÑOR, nuestro corazón se llena de deseo por servirle. Una y otra vez, a medida que nos enamoramos más de Él, anhelemos más y más cumplir Su voluntad, y expresamos: SEÑOR, haré cualquier cosa que me pidas. Sólo deseo ser una BENDICIÓN para Ti.
Es fácil comprender por qué nos sentimos así. Después de todo, Él es el Dios todopoderoso. Él es el único que nos ama con un infalible amor. Él es nuestro Redentor. ¡Él es el perfecto, omnipotente y maravilloso SEÑOR!
Ahora bien, muchas veces nos cuesta comprender que a pesar de nuestros fracasos y a pesar de la debilidad de nuestra carne, Él sigue sintiendo lo mismo por nosotros. Su corazón está deseoso por servirnos. Él nos expresa: Hijo, sólo pídeme algo. Hija, sólo pídeme algo. ¡Yo deseo ser una BENDICIÓN para ti!
Ése simple pensamiento ofende la mentalidad religiosa. Ésta rechaza por completo la idea de que el Dios todopoderoso se pondría a Sí mismo en la posición de servirnos. Sin embargo, el hecho es que eso es exactamente lo que Él ha realizado. Jesús lo demostró con claridad justo antes de ir a la Cruz, quitándose la túnica, poniéndose una toalla y lavando los pies de Sus sorprendidos discípulos. En Filipenses 2:7, leemos que para conseguir nuestra redención, Jesús: “se despojó a Sí mismo [de todo privilegio y justa dignidad], para asumir la apariencia de siervo…” (AMP).
Quizá alguien argumente: “Sí, pero ése era Jesús, no Dios Padre, el todopoderoso”. Jesús mismo declaró: «…No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre…» (Juan 5:19).
Un día, el SEÑOR me reveló esa verdad cuando me dijo: Kenneth, ¿Acaso no harías tú cualquier cosa que Yo te pidiera?
—Señor, Tú sabes que lo haría —le respondí—. Entonces Tú sólo necesitas decirme qué deseas, y yo lo haré. Estoy disponible para ti, las 24 horas del día.
—Pues Yo no cambio —me respondió—. Yo haré cualquier cosa que me pidas. ¿No recuerdas que en Mi PALABRA afirmo que cualquier cosa que me pidas en el nombre de Jesús, te la daré? Tengo un pacto contigo. Estoy más comprometido contigo de lo que tú lo estás conmigo. Entregué a Mi Hijo y derramé Su sangre por ti. ¿Cómo podría negarte algo?
Ésa es la clase de pacto de amor que Dios tiene para nosotros, y debemos comenzar a creerlo. Necesitamos percatarnos que nuestro deseo de servir a nuestro SEÑOR es sólo un pálido reflejo de Su deseo por servirnos. Ciertamente nuestro Maestro es el Siervo más grande de todos.