«Del hombre son las disposiciones del corazón; Mas de Jehová es la respuesta
de la lengua.»
(Proverbios 16:1)
Mientras más nos desarrollamos en el amor y en el conocimiento de la PALABRA, más deseamos darle una respuesta a quienes sufren luchas, en especial cuando ellos nos buscan para obtener ayuda. Sin embargo, debemos ser cautelosos de no tomar nuestra respuesta de una enseñanza que escuchamos o en un libro que leímos.
No debemos limitarnos a lo primero que se nos venga a la mente. Si en realidad queremos ayudar a las personas, necesitamos amarlas lo suficiente para buscar en nuestro corazón las palabras que necesitan escuchar. Tenemos que tomarnos el tiempo para darles una respuesta que provenga del SEÑOR.
A veces, es algo difícil de hacer, porque el orgullo y la naturaleza humana nos presionan a responder con prontitud algo brillante. Nos sentiremos tentados a aparentar que sabemos todas las respuestas de inmediato.
Sin embargo, si en realidad vivimos en amor, vamos a resistirnos a esa tentación. Seremos lo suficientemente humildes para decir: “Desearía tener una respuesta para ti, pero no estoy seguro de lo que debo decirte ahora. Por consiguiente, voy a callar unos minutos para recibir la respuesta del SEÑOR”.
Entonces, podemos tomarnos el tiempo para buscar en nuestro interior y encontrar la dirección del Espíritu Santo. Podemos recibir la sabiduría que Dios nos ha prometido a quienes se la pidamos. Y esa sabiduría, puede marcar la diferencia.
Un amigo mío, me relató la historia de una anciana a la que él visitó en sus primeros días como ministro de sanidad. A esa dama le habían diagnosticado cáncer y ya estaba a punto de morir en el hospital. Lo primero que hizo como ministro, fue enseñarle acerca de la sanidad. Le explicó que había sido redimida de la maldición de la enfermedad y que por la llaga de Jesús había sido sana. Pero esas verdades parecían no ayudarle para nada.
Aquel ministro la amaba lo suficiente para no darse por vencido; por tanto, siguió buscando en su corazón la sabiduría del Señor. Hasta que un día mientras le leía el Salmo 91, específicamente la parte donde se nos enseña: «…Lo saciaré de larga vida…» (Salmos 91:16), aquella anciana se reanimó; por consiguiente, le leyó esa parte de nuevo: «…Lo saciaré de larga vida…».
De pronto, mi amigo se dio cuenta que había descubierto la clave: «Hermana, ¿está satisfecha con su vida y su servicio a Dios? ¿Cree que ya hizo todo lo que Dios quiere que haga? ¡Yo no lo creo! Los jóvenes necesitamos de su sabiduría y necesitamos de su ayuda».
Por supuesto, los ojos de aquella mujer se llenaron de lágrimas, y expresó: «¡Quiero hacer eso! ¡Quiero ayudar a los jóvenes!». Un par de días después, le dieron de alta en el hospital y testificó en la iglesia de su sanidad. Ella pudo ayudar, porque alguien la amó lo suficiente para encontrar las palabras que necesitaba escuchar. Alguien se tomó el tiempo para darle la respuesta de parte del SEÑOR.